El fútbol es una disciplina deportiva con posibilidades de convertirse en Arte. Cuando eso se consigue, el deporte más popular del universo se melancoliza. Se hace más tímido. Pierde alguna de sus certezas. Adquiere miedos que el mercado no contempla. Se hace contradictorio y eso al dinero no le conviene. Para nada.
Un equipo que lo ha ganado todo y que lo máximo que puede hacer es empatar lo que hizo la temporada anterior, cuando no consigue la omnipotencia suprema, no perder nunca, y eso ocurre luego de 39 partidos, debe autodestruirse.
Es la única opción que le queda para sostener el mito. Pero antes recordemos el rito.
Comenzó con Johann Cruyff y acaba con su muerte. No es casualidad.
Aquellos rituales se iniciaron tratando de hacer más goles que el contrario, ganar cuatro a tres o cinco a cuatro. O perder. Pero asumiendo el privilegio de jugar de una manera que pusiera todas las cartas sobre la mesa.
La muerte de Cruyff clausura la bohemia. Su epitafio se lleva consigo la locura de atreverse a desear lo mejor. No lo que quiere el sistema. Algo mejor que ganar todo. Jugar como si uno pudiera atreverse a ganar, pero sin meter gol.
«Papá, yo quiero jugar al fútbol, solo eso»
Yo quiero tener más que lo que tienen los demás. Mi deseo es superar al otro. Más títulos. Mas triunfos. Más dinero. Nos han enseñado a desear de esa manera y el fútbol no parece poder asumir otra opción.
Lionel Messi en su Rosario natal tuvo una vez una charla con su padre.
Inspirado por el genio imposible de identificar del holandés errante, el futuro para muchos de los mejores jugadores de la historia del fútbol comenzaba un viaje por la mejor de sus contradicciones de artista del balón.
Papá. Yo quiero jugar al fútbol. Solo eso.
Y jugarás hijo, claro que jugarás. Respondió su padre.
Con una pelota, unos amigos y un buen club son suficientes, pensó Messi.
Sé lo que piensas hijo y eso no le es todo. Yo me encargaré de conseguir que cada jugada que tú inventes se convierta en el origen de una fortuna. Seremos los mejores jugando y los mejores ganando millones.
En alguna playa del Brasil a la hora en que los turistas todavía permanecen en sus hoteles, un niño del país de Pelé acariciaba un balón y la arena al mismo tiempo. Se llama Neymar. Mantenía la pelota sin tocar el suelo durante horas y el mejor de sus amigos (su padre) juntaba monedas en un sombrero. Cuando acabó de contarlas se le ocurrió proponer un pacto. Tu jugarás y yo me ocupo del dinero. Seremos millonarios.
Las calles del Uruguay estaban vacías de coches. Por eso con la pelota en los pies se subía y bajaba de la acera una mezcla irrepetible de Schiafino y el Pepe Sacía. Se llamaba Luis y no paraba de hacerle goles a todas las porterías limitadas por dos adoquines.
«El jugador de fútbol no debe entender su tarea como un medio»
Su pobreza no era total. Le quedaban cientos de goles por hacer. Ahora los tres, juegan en el mismo equipo. Parece ser que incluso se ríen juntos, comparten comidas juntos, tienen certezas juntos.
Por todo ello no es extraña esta reunión. Se produjo luego de alguna de sus últimas derrotas. En la habitación de algún hotel de alguna ciudad de España, se han reunido para firmar un pacto. De silencio y de palabras. Escribirán lo que nunca nadie creerá que han escrito. Negarán que esto que voy a relatar sea verdad.
Un folio maltratado por frases no muy claras expone con rotundidad el verdadero sentir de nuestros protagonistas. Cuando expongamos su pensamiento lo negarán. Son prisioneros de su entorno y de su tiempo. Pero lo que voy a trascribir fue escrito por ellos y mucho esfuerzo y dinero me ha costado obtener el original gracias a los servicios de una camarera que encontró el papel perdido encima de una mesa.
Dice así: “Los que juegan al fútbol deben ganar dinero para poder jugar y poder vivir. Sin embargo, de ninguna manera deben jugar para ganar plata. El jugador de fútbol no debe entender su tarea como un medio. El trabajo de jugar es en sí mismo algo, lo más importante de su vida, y no debe renunciar al sentido que el fútbol da a su vida por una recompensa económica…”
No hay más palabras.
Ni la negativa a asumir su escritura ni lo que significa de su pensamiento impedirá que los tres al leer esto puedan renunciar a la conjura que los unirá para siempre.