En medio de esta intensa crisis política Venezuela ha sufrido el peor apagón eléctrico de su historia. Durante más de 24 horas, 22 de los 23 estados del país -incluída Caracas- han sufrido un corte absoluto de electricidad que no solo ha causado pérdidas millonarias a la sufrida población venezolana, sino -según informan los medios occidentales- la muerte de algunos pacientes en los hospitales.
Los medios españoles citan a expertos que hablan de falta de inversión y mantenimiento, un problema asociado a tramas corruptas que han anidado bajo el gobierno de Maduro. El ejecutivo bolivariano por su parte habla de un sabotaje de inequívoca intención desestabilizadora y factura imperialista, y aseguran que el el control automatizado de regulación del sistema de la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar ha sufrido múltiples ciberataques. «La planta de luz que abastece gran parte del territorio venezolano sufrió una agresión cibernética,; tres de los cinco generadores de respaldo fueron saboteados», han dicho portavoces del gobierno de Maduro.
Sea verdad una cosa o la otra -o las dos al mismo tiempo- lo cierto es que este apagón (cuyas graves consecuencias han dañado a toda la población) se produce en un momento extremadamente delicado, en el que hay en marcha un proceso golpista dirigido desde Washington para crear el máximo de malestar ciudadano y dirigirlo hacia el derrocamiento de un gobierno antihegemonista.
La situación en Venezuela es extremadamente volátil y explosiva. Es imposible preveer cuál será el desenlace de una intervención hegemonista que tiene detrás todo el poder de una superpotencia. Pero nadie debería despreciar la capacidad del pueblo venezolano y de su izquierda revolucionaria (varios millones de personas organizadas) para hacer fracasar los planes de Trump. De momento el primer round no se lo pueden contar ni Washington ni sus hombres de paja.