Hizo una apuesta al todo o nada, se lanzó, y cuando las encuestas parecían dictaminar tablas, Antonio Costa consiguió la mayoría absoluta.
Con 117 escaños (uno más que la mitad del hemiciclo), los socialistas han ganado las elecciones generales en Portugal, y podrán gobernar plácidamente en solitario. Con el 41,7% de los votos y una distancia de más de 14 puntos sobre su rival, Antonio Costa ha pulverizado lo predicho por los sondeos de final de campaña, que sugerían un resultado muy ajustado con Rui Rio, líder de la derecha del Partido Social Demócrata.
No es sencillo sacar mayorías absolutas en Portugal, no son nada habituales en el país vecino. Por eso esta victoria socialista, de amplitud inesperada, sorprendía a propios y extraños en la sede socialista de Lisboa. Nadie acertó a pronosticar la diferencia de 734.000 votos y 41 escaños que Costa ha sacado a la derecha.
Hacía más de un año que el espíritu del gobierno de la ‘geringonça’ -palabra portuguesa equivalente a nuestro «galimatías» con el que la derecha bautizó, despectivamente, la alianza de Costa con Bloco y comunistas, pero que se ha quedado como apelativo habitual de la alianza parlamentaria de la izquierda- había entrado en crisis.
La cuerda entre los socialistas de Costa y la izquierda del Bloco y los verde-comunistas se fue tensando hasta que se rompió. Las fuerzas a la izquierda del PS dieron la espalda a los presupuestos generales en noviembre, algo que el primer ministro Costa calificó de «derrota personal» en un momento delicado, cuando Portugal se juega el recibir 6.600 millones de euros del Plan de Recuperación y Resiliencia en los que se confía para la recuperación económica.
Confiando en su buen hacer en la pandemia -Portugal rivaliza con España en tener a casi el 90% de su población con la pata completa de la vacuna, y tiene una tasa de paro envidiable y bajo mínimos, de apenas el 6,1%- el PS entonces decidió jugársela a la carta de las elecciones anticipadas. Era arriesgado, y en algunos momentos pareció que la jugada acabaría mal. Pero el desenlace es un órdago de todas todas.
El escenario político ha cambiado sustancialmente: la oposición de derechas se ha fortalecido, la ultraderecha del Chega se ha convertido en la tercera fuerza parlamentaria, y sus antiguos socios de los gobiernos de la ‘geringonça’ se han descalabrado: los verde-comunistas del CDU pierden la mitad de sus escaños y el Bloco de Esquerdas pasa de 19 a 5 diputados.
El Partido Socialista portugués no sólo ha ganado las elecciones, sino que ha sacado mayoría absoluta y gobernará en solitario. Va a mantener su rumbo sin necesidad de negociarlo a izquierda y derecha
Desafiando a la ómicron, los portugueses han acudido a la cita electoral. La campaña, muy polarizada y a la que los favoritos llegaban con las encuestas en empate técnico, ha empujado al alza la participación, que ha sido del 58%, tres puntos por encima de las generales de 2019.
Una nueva legislatura progresista… con límites
Los sondeos vaticinaban un escenario político complicado, pero ya les gustaría en Moncloa tener un panorama como el de Antonio Costa. Podrá gobernar con mayoría absoluta, sin necesitar apoyos externos. Se fortalece un Partido Socialista portugués que reclamaba un gobierno estable y manos libres para poder desarrollar su hoja de ruta sin tener que estar permanentemente negociándola, ora con sus socios de ‘geringonça’ a la izquierda, ora con la oposición de derechas.
Los gobiernos de Antonio Costa se han cuidado muy bien de no cuestionar en lo fundamental los límites impuestos por los centros de poder, dentro y fuera de Portugal.
Es un partido socialista que está obligado a mantener las coordenadas que le han llevado hasta aquí, en sus dos aspectos. Costa va a tener que seguir llevando adelante una política de progreso -que ha subido salarios y pensiones, o que ha salido de la pandemia con cifras récord de vacunación y con una tasa de paro de apenas el 6%- pero acatando los límites y líneas rojas impuestos por Bruselas, el FMI o Washington.
A lo largo de sus dos legislaturas, sin estridencias y llevando adelante un programa moderadamente progresista, los gobiernos de Antonio Costa se han cuidado muy bien de no cuestionar en lo fundamental los límites impuestos por los centros de poder, dentro y fuera de Portugal.
Se ha evitado una “geringonça reaccionaria”
Pero al mismo tiempo, este apoyo al Partido Socialista hay que leerlo en buena parte como un «voto útil» para conjurar el peligro de que en Portugal se pudiera formar una especie de «geringonça reaccionaria». La posibilidad de que Rui Rio se viera tentado a apoyarse, bien en el CDS-PP (que se queda sin representación parlamentaria), bien en la extrema derecha de Chega o en los ultra-neoliberales de IL, para llevar adelante un draconiano programa de recortes, ajustes y privatizaciones, ha pesado en la conciencia de muchos portugueses que recuerdan demasiado bien los años en los que el gobierno de Passos Coelho aplicaba sin contemplaciones las recetas de austeridad dictadas desde el FMI y Berlín.
La posibilidad de una «geringonça reaccionaria» ha pesado en la conciencia de muchos portugueses que recuerdan demasiado bien los años en los que el gobierno de Passos Coelho aplicaba sin contemplaciones las recetas de austeridad dictadas desde el FMI y Berlín.
El PSD, la derecha portuguesa, ha recuperado 40.000 votos pero ha perdido escaños, cuando acariciaba el poder ganar las elecciones. Se rumorea que Rui Rio, que ha tenido que hacer frente a varias peleas internas, podría dimitir. En cuanto a la ultraderecha de Chega, que asciende a la tercera fuerza política ganando casi 320.000 votos -medio millón si metemos en esa categoría a IL, ambos con programas económicos muy agresivos- es un factor preocupante, pero lo hacen limitadamente. Han perdido fuelle respecto a hace pocos meses. En las elecciones a presidente de la república sacaron el 12% de los votos, y ahora han obtenido el 7%.
Descalabro a la izquierda de la izquierda
Por otra parte, lo que ha pasado en la izquierda de la izquierda se corresponde en buena parte con la presión del voto útil. Los 355.000 votos que han perdido el Bloco y la coalición CDU se corresponden casi a los 338.000 que ha ganado el partido socialista. Pero también es un voto de castigo del electorado progresista. Mientras que en las elecciones de 2019, el Bloco de Esquerdas y los verde-comunistas -que habían participado en la geringonça, manteniendo una relación de apoyo y exigencia con Costa- retenían buena parte de los votos de las generales de 2011, ahora, fruto de haber pasado a bloquear los presupuestos en noviembre pierden el 51% de votos el primero y el 28% el segundo.
El descalabro de las dos formaciones a la izquierda del PS no sólo se explica por la presión del «voto útil. También es un voto de castigo
El descalabro de las dos formaciones a la izquierda del PS no sólo se explica por la presión del «voto útil» para que no gane la derecha, sino que buena parte de sus votantes les han responsabilizado de haber roto la relación de apoyo y exigencia con el gobierno socialista al votar en contra de los presupuestos.
Después de haber acatado durante años -ellos también, los límites y líneas rojas impuestos por Bruselas y Washington- bloquearon los presupuestos de Costa, pero sin presentar una alternativa cualitativamente diferente para el país.
Repercusiones al otro lado del Tajo
La política a ambos lados del Tajo está más interrelacionada de lo que parece. La victoria socialista en Portugal aleja los cálculos de Génova de que un cambio de ciclo político en Lisboa alentaría un proceso homólogo en Madrid.
España no es Portugal, cierto, pero ningún país europeo se nos parece -sociológica y políticamente- tanto. Lo que ocurre en la Iberia hermana siempre influye, más de lo que aparenta, en el escenario político español, y viceversa
España no es Portugal, cierto, pero ningún país europeo se nos parece -sociológica y políticamente- tanto. Lo que ocurre en la Iberia hermana siempre influye, más de lo que aparenta, en el escenario político español, y viceversa. La contundente victoria de Antonio Costa puede animar a Pedro Sánchez -entre los que hay una conocida sintonía y una cálida amistad- a plantearse si no es mejor seguir sus pasos, vendiendo cara la piel en la segunda mitad de la legislatura ante sus socios de gobierno o ante sus habituales aliados parlamentarios, que habrán tomado nota de lo que ha pasado con el Bloco y la CDU y lo caro que puede salir romper la baraja de los presupuestos.