Cuando hace unos días recibí la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Annie Ernaux no pude evitar un gesto de afortunada satisfacción. El premio no fue una sorpresa: la escritora francesa llevaba años figurando en las llamadas “quinielas” de los presuntos aspirantes a “nobeles”, a los que raramente les sonríe la fortuna (uno de esos “quinielistas” de los últimos años fue el recién fallecido Javier Marías, a quien le sobraban méritos para haberlo recibido). Mi “suerte” o “fortuna”, en todo caso, residía en que no hacía ni una semana que acababa de leer “La vergüenza” (Tusquets, 2020), uno de sus textos más incisivos y logrados.
El libro me había producido (como meses antes la lectura de “Una mujer”, otro de su textos demoledores) la sensación agridulce de, por una parte, leer una literatura “aparte”, singular, distinta, una literatura sencilla pero de gran pureza, y por otro lado, tener la dolorosa sensación de que me habían atravesado la carne con un clavo. La prosa descarnada, objetica, precisa y sin sentimentalismos de Annie Arnaux deja, inevitablemente, una huella profunda (y a veces dolorosa) en el lector.
Annie Arnaux procede de una familia de clase trabajadora de la Normandía francesa. Nació en 1940. El trayecto que lleva desde esos orígenes humildes hasta convertirse en una escritora valorada en toda Europa (y ahora Premio Nobel de literatura) constituye el núcleo esencial de una narrativa autobiográfica absolutamente personal que es el cemento esencial sobre el que está construida su obra, formada por dos docenas de novelas breves pero difícilmente olvidables.
En el largo camino, de medio siglo, que va desde aquellos orígenes como hija de una familia de origen obrero y campesino que lucha denodadamente por el ascenso social, por salir de la pobreza, por conseguir una vida mejor, hasta que su prosa va alcanzando reconocimiento y prestigio, primero en Francia, luego en toda Europa, es ante todo un itinerario en el que la autora se mantiene fiel a una forma de escritura (hecha de fragmentos, pero fragmentos no aleatorios, sino piezas bien trabajadas y diseñadas de un puzle muy preciso) que ha necesitado tiempo y esfuerzo para “imponerse” y ser reconocida. Primero por la singularidad del estilo, luego por la procedencia social de la autora, también por ser mujer, pero sobre todo por la intensidad desgarradora de sus relatos, desprovistos sin embargo de toda falsa emotividad y de cualquier sentimentalismo vacuo. Annie cuenta partes de su vida, de la vida de su familia, de su padre, de su madre, de su entorno, del cuerpo, de las mujeres… con una mirada tan lúcida, tan despojada de prejuicios, tan llena de verdad, que el lector queda inevitablemente atrapado en una espiral de desconcierto, pues muchas de esas verdades no son solo “las verdades de Annie”, sino verdades y realidades que afectan a miles, a millones, que describen con una nueva luz experiencias y realidades que comparten generaciones enteras y que tienen validez universal.
En “La vergüenza”, por ejemplo, Annie Ernaux parte de un episodio familiar vivido en 1952 (cuando cuenta apenas doce años): una tarde de domingo, su padre intentó matar a su madre con un hacha. El suceso, que no vuelve a repetirse, y que sorprendentemente no altera mucho la convivencia familiar, es sin embargo el detonante para que la niña tomara conciencia de que ella y su familia no eran “gente decente” y que, a partir de ahí, todo lo relacionado con ella y los suyos pasa a ser vergonzoso. Annie Ernaux recorre desde los códigos de conducta y las normas sociales que imperaban en aquel momento en su entorno, hasta las noticias del momento, las expresiones más usadas o el temor que a los pueblerinos infundían las grandes ciudades, para intentar calibrar con exactitud hasta qué punto lo ocurrido aquel día (y otros hechos que le sucedieron después, en la cas, en el comercio familiar, en la escuela, en la iglesia, de viaje con su padre…) le hizo sentirse “indigna”. Hasta qué punto su vida pasó a construirse con ladrillos que llevaban impresa la palabra “vergüenza”.
Annie Ernaux conoce evidentemente la historia, la sociología, la psicología y dispone de numerosos recursos literarios, pero su prosa sabia y contundente no se recrea en esos elementos básicos, sino que los absorbe y los integra sin subrayarlosr, para no someter la fuerza de la ficción a explicaciones banales o consabidas. La fuerza y la tensión de la prosa es en todo momento lo más importante.
Los distintos relatos de Annie Ernaux conforman un rompecabezas cuyas piezas se ensamblan, libro a libro, hasta formar una de las obras narrativas más interesantes del último medio siglo. Su prosa tiene el aire obrero de sus orígenes y el fragor culto de su final. En cierto modo, ha inventado una manera de escribir.
Dicho esto, y reconocidos los méritos de Ernaux para recibir el premio, uno no deja de preguntarse cómo es posible que la literatura francesa haya recibido tres Premios Nobel en los últimos quince años, mientras que Argentina, una de las potencias literarias del planeta, aún no tiene ninguno.