El nombre de Annie Ernaux sonó insistentemente este año como una candidata previsible para recibir el Premio Nobel de Literatura
Sin embargo el galardón de 2021, el año del Lives Black Matter, fue a parar a manos del escritor tanzano, residente en Gran Bretaña, Abdulrazak Gurnah, un autor que apenas ha sido traducido y publicado en España.
No recibir el premio Nobel, cuando se es candidato, nunca debe entenderse como una derrota, un fracaso o una minusvalía literaria, máxime cuando los mejores escritores de los últimos cien años (Kafka, Joyce, Proust, Borges…) fueron ignorados por el eminente jurado sueco, que sin embargo llevó a la máxima gloria a medio centenar de escritores cuyo nombre hoy nadie recuerda y cuya obra deben haberse comido hace tiempo los ratones, porque no hay la menor huella de ella.
Annie Ernaux hay que decirlo reúne desde hace tiempo méritos más que suficientes para este o para cualquier premio literario, tanto por la singularidad de su obra como por la excelencia de su escritura. Su penetrante mirada analítica y la honda certeza de sus apreciaciones dan a su obra un peso y una profundidad que hacen de su lectura un ejercicio conjunto de deleite y conocimiento. Siempre que uno lee a Annie Ernaux acaba siendo más sabio, y teniendo una visión más honda del mundo y de la vida.
Acabo de leer uno de sus textos más breves, pero también uno de los más delicados y difíciles de escribir, sobre todo para una autora que cultiva preferentemente una literatura intimista y autobiográfica. Se trata de “Una mujer” (Cabaret Voltaire, 2020), un relato en el que la escritora francesa (nacida en Normandía en 1940) intenta reencontrarse con los distintos rostros y las distintas experiencias que marcaron la vida de su madre, y la relación que ambas mantuvieron hasta 1986, cuando la madre fallece en el servicio de geriatría de un hospital de la periferia parisina al término de una cruel enfermedad que había destruido su memoria y todo su mundo físico e intelectual.
Ernaux intenta reencontrarse con los distintos rostros y las experiencias que marcaron la vida de su madre
Ernaux narra la vida de una mujer de extracción obrera que en 1940, en plena ocupación alemana, durante la segunda guerra mundial, tiene que dar a luz a una hija entre el estruendo de los bombardeos y la incertidumbre de una realidad que se está derrumbando a pasos agigantados. Una mujer a la que las adversidades no la doblegan, que encuentra siempre la manera de salir adelante, que teje una relación especial con la vida.
Educada como “uno” más en una familia pobre, deja la escuela sin pesar a los doce para entrar en una fábrica de margarina, cuya paga entrega en casa. Obrera después en una gran fábrica de cordelería, siente el orgullo de “no ser una chica del campo”. De los ricos decía: “valemos tanto como ellos”. Rubia y fuerte, derrochaba energía, una energía que le permitía escapar de los destinos marcados: dejarse llevar por los hombres, alcoholismo, más pobreza… Elige un marido de su entorno, a su medida: no bebe, ahorra… pero la suma de dos pagas obreras no permite salir de los lindes de la pobreza. Y es ella la que se postula para abrir un negocio, un comercio de alimentación, que les permita prosperar.
Annie mira esta vida, la ve, la reconoce, la cuenta… no es su vida, es la vida de su madre, pero allí está ya todo. Están los principios y los valores, están las fuentes de los conflictos que vivirán madre e hija, están los factores que crearán el flujo y el reflujo que hará que esas dos vidas se acerquen o se alejen según los momentos y las circunstancias.
Ernaux no quiere contarnos nada excepcional, y sin embargo lo hace. Casi sin pretenderlo, se acerca a las fibras esenciales de la vida. A sus pilares esenciales.
Leer este texto nos acerca a todos a preguntas fundamentales. Y nos ilumina a la hora, siempre necesaria, de echar la vista atrás “sin ira”.
El libro alcanza una notable intensidad cuando se avecina el conflicto entre madre e hija: la ruptura generacional, la ruptura “de clase”, la hija que se hace docente y escritora y la madre antigua obrera y comerciante, dos mundos a los que solo puede unir la memoria y el afecto. La hija que se avergüenza de tener una madre tan “llamativa”; la madre que no quiere tolerar que su hija se sume a la deriva “perniciosa” de los tiempos modernos y a los ambientes intelectuales y pequeñoburgueses. Son años de lucha, desgaste, distanciamiento, discusiones, enemistad. Años que tienen un principio y un final. Años que preludian la reconciliación.
Ernaux no quiere contarnos nada excepcional, y sin embargo lo hace
El libro avanza al ritmo de la vida, sin monotonía ni repeticiones, dando cuenta de sus alternativas, de los cambios, de las aproximaciones y distanciamientos, de las dificultades de convivencia y de la necesidad permanente de reconocimiento y afecto.
Así hasta el duro y terrible final. Los años en que el Alzheimer va devorando paso a paso la identidad y la memoria de la madre hasta que, en un estado de demencia senil avanzado, la hija siente un arrebatador impulso de cuidarla, acompañarla y luchar por evitar lo inevitable.
Amor, odio, ternura, culpabilidad… y, al final, ese apego casi visceral, convierten a este complejo relato en un texto lleno de emociones esenciales, sin caer nunca en el sentimentalismo. Annie Ernaux construye un relato lleno de lucidez, en el que no falta ni sobra nada, sin concesiones, una verdadera “carta a la madre”.