En el aniversario del 11-M resulta llamativo constatar que la atención dedicada a este tema en el mundo cultural y artístico es aún bastante reducida.
Según los datos que pueden encontrarse en internet, en el campo de la narrativa no llegan a media docena los autores que han escrito sobre ello; de poesía se publicaron dos libros colectivos en 2004, el año de los atentados, y no ha habido publicaciones posteriores de las que se tenga referencia. La música popular ha dado una docena de canciones en lo que se refiere a cantantes o grupos conocidos, y en el campo de la música contemporánea pueden rastrearse algunas obras de autores españoles o europeos, entre las que quizá sea conocida Da Pacem Domine del estonio Arvo Pärt. Así como en el teatro existen, aunque pocos, algunos títulos, en el cine ningún director ha dado aún el paso.
¿Debería haber más producción artística sobre el 11-M? ¿Es poco aún el tiempo transcurrido? Las relaciones entre arte y sociedad, entre ética y estética, se han complicado en las últimas décadas en todo lo referido al fenómeno del terrorismo. Para hacerse una idea, en España sólo hay que mirar los largos y oscuros años de ETA. En efecto, el arte, como testigo crítico de su tiempo, como cronista insobornable de los conflictos de la sociedad, debería siempre pronunciarse. Pero tiene que hacerlo en un presente en el que las heridas están vivas, en el que no puede jugar como un observador imparcial, sino, inevitablemente, como un sujeto activo que se significa en la gestión social del problema. Y éste es un terreno en el que la cautela, la inhibición, e incluso el miedo son legítimos, aunque al mismo tiempo son un lastre que hay que ir descongelando, porque si no tanto la sociedad como la cultura aceptan el chantaje y corren el riesgo de gangrenarse.
¿Hay silencio artístico en relación al 11-M? No creo que se trate de silencio premeditado, sino más bien de inhibición acumulada. Ante la dificultad de digerir una tragedia de semejantes dimensiones, siempre existe una inhibición lógica, la que forma parte de la naturaleza de cualquier duelo personal o colectivo. Pero la inhibición verdaderamente problemática es la heredada, la que proviene de un contexto cultural que sigue marcado, aunque con numerosas excepciones, por el terrorismo de ETA. En el pasado se respondió con ambigüedad o sin la claridad necesaria, y fruto de ello, hoy, persiste la distancia, cuando no la ambivalencia, ante sus alargadas consecuencias. Esta herencia pesa más de lo que parece –han sido cincuenta años de convivencia con distintos grados de equidistancia–, y afecta también a la sensibilidad y la capacidad de respuesta, ante este otro terrorismo, de las generaciones posteriores.
A ello, se suman las interferencias políticas y mediáticas generadas en los días y meses que siguieron a los atentados, con la grotesca polémica yihad/eta, que llegó a suplantar informativamente al propio acontecimiento y a sus devastadoras consecuencias humanitarias, y que tristemente ha quedado como una distorsión añadida. Polémica falaz, que aunque superada por toda persona decente, aún recibe cuerda para enmarañar una reflexión histórica seria, de acuerdo al contexto político internacional, sobre el terrorismo islámico.
La crónica artística del 11-M tiene todavía mucho camino que recorrer, mucho debate que provocar, muchos aspectos que tratar desde muchas sensibilidades y puntos de vista. Así es como el arte nos permite comprender y, quizá, curar las heridas. Se lo debemos a las víctimas, a los heridos, a sus familiares, y a todos nosotros.
Juan Carlos Torres.
Compositor y poeta. Autor de Marzo súbito (poemas del 11-M)