Música

Andrew Bird: folk de nuevo tipo.

Andrew Bird es hijo de Suzuki, del método Suzuki. Empezó con los Squirrel Nut Zippers, una formación de jazz que le acogió como violinista y que interpretaban el sonido swing de los años 30, siguiendo la estela de Royal Crown Revue, Big Bad Voodoo Daddy o The Atomic Fireballs. Trece años después se ha convertido en un discreto virtuoso de enorme creatividad. Un método controvertido, el desarrollado por un músico japonés en plena II Guerra Mundial, ha dado al mundo de la música productos con emotividad sorprendente. Andrew Bird no es solo un violinista, produce música con una «máquina de grooves» – superando los bucles de Camile, la cantautora francesa -, y sobre ella práctica un rock-folk «a pelo».

Recientemente ofreció un concierto en “Neu Club”, deslegando un sinfín de malabarismos con capas y capas superpuestas de sonidos cruzados; él sólo y consigo. Hacer del violín una pequeña guitarra tipo ukelele; castigarlo con la locura de un Kurt Cobain, y cosiendo las melodías con un silbido de “puntilla”. Asistentes boquiabiertos y aplauso rotundo. “Noble beast”, es su último disco y una muestra de un sonido acabado que ha madurado arropado por la habilidad y el gusto. Fue a partir de “The Weather Systems”, en el 2003, en el que suaviza las aventuras experimentales, que se le abrieron las puertas a la buena crítica y a la expectación cara a su siguiente trabajo “The Mysterious Production Of Eggs”. Aquí empezó a tocar la guitarra; se nota y, por ser quien es, se agradece. El 20 de marzo de 2007, Andrew Bird lanzó “Armchair apocryphia” con el sello Fatt Possum, y “Soldier On” el año pasado. También dejó huella – y no es que sea siempre y cada vez – en los conciertos que ofreció el pasado 22 y 23 en la sala Borja de Valladolid, y la Galileo Galilei de Madrid. Ha colaborado y girado con músicos y grupos tan respetados como Lambchop, Ani DiFranco o My Morning Jacket. Andrew Bird afilia adeptos con una música de “encantador de serpientes”. "Armchair", es una composición de 7 minutos absolutamente estremecedora y sembrada de rincones en los que da gusto perderse porque cada vez son desconocidos, un poco más. Andrew Bird es uno de los pocos artistas de hoy en día que es reconocido como el portador de la antorcha de Jeff Bucley. Todo y que hemos de dedicar a esta bestia musical su espacio, esto es así para Bird, aunque se esfuerce en despistar en cada giro. Muy recomendable “Fitz and the Dizzyspells”: los Yardbirds, en santa alianza con un coro de palmas y un loco violín que es sentenciado a susurro limpio increcendo hasta un éxtasis final de primavera eufórica.