16-mayo-2017
Hace ahora seis años, varios centenares de jóvenes acampaban en la Puerta del Sol de Madrid en protesta por el derrumbe de las buenas expectativas. España volvía a ser fea y los acampados exigían una regeneración radical, dibujando el acrónimo PPSOE en sus carteles. “¡No nos representan!”, gritaban. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, optó por la prudencia. España estaba a un paso de ser intervenida y dentro de pocos meses tenía que sustituir a José Luis Rodríguez Zapatero en unas elecciones generales temibles. El Partido Socialista estaba en caída libre. A Rubalcaba sólo le faltaba liarse a porrazos con aquellos jóvenes manifestantes que pedían pan e internet, un contrato de trabajo decente y un país en red.
El ministro de la Policía fue flexible y al cabo de unos días, Sol parecía una reproducción a pequeña escala de la plaza Tahrir de El Cairo, escenario aquella primavera de una vigorosa y contradictoria protesta social árabe. Atraídas por la novedad y el exotismo, las cadenas norteamericanas de televisión se enamoraron de los planos cenitales de Sol y la palabra indignados entró en el vocabulario internacional con el mismo vigor y fortuna que en su día lo hicieron los guerrilleros y los toreros. Así nació la leyenda del 15-M.
Seis años después, el PSOE está muy enfermo y el Partido Popular no logra salir del recinto narrativo de la corrupción. España ha evitado la intervención, pero se halla muy cerca de la quiebra moral. (El quebranto incluye, por supuesto, a Catalunya). Reducido a 137 escaños, el Partido Alfa gobierna gracias a la abstención del Partido Socialista, que ha bajado a 85 diputados, su peor registro desde los años treinta del siglo pasado. Si mañana hubiese elecciones en la comunidad de Madrid, los dos partidos nuevos (Podemos y Ciudadanos) sumarían más votos que los dos partidos viejos…