La capital brasileña, Brasilia, fue el lugar elegido para celebrar la segunda cumbre de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China), las cuatro grandes potencias emergentes del mundo que hoy en día representan ya, combinadamente, el 42% de la población del planeta, el 30% del comercio mundial total y que en los dos últimos años han aportado la mitad del crecimiento económico global medido en términos de paridad de poder adquisitivo.
Los objetivos concretos de esta segunda cumbre han estado centrados en fortalecer los lazos económicos y olíticos que los unen, al tiempo que adoptaban posiciones comunes, ante la próxima cumbre del G-20 dentro de 2 meses en Toronto, sobre el aumento de la representación y la salvaguardia de los intereses de las economías emergentes del mundo y los países en desarrollo en los mecanismos multilaterales. Promoviendo una serie de reformas estructurales en los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial, en los que los BRIC se proponen, según la declaración final, impulsar “un cambio radical en el poder de voto en favor de las economías emergentes de mercado y los países en desarrollo, para que su participación en la toma de decisiones sea compatible con su peso relativo en la economía mundial”. Pero más allá de los objetivos coyunturales, a corto plazo o inmediatos, la institucionalización de una cumbre anual de los BRIC al máximo nivel (en 2009 se celebró la primera en Rusia, en 2011 se hará la tercera en China) es la máxima expresión que hace visible una de las principales tendencias de fondo de la situación internacional: el ocaso imperial de la superpotencia yanqui y la aparición de un conjunto de potencias emergentes que buscan, en el plano estratégico, tratarse como iguales con Washington para definir un nuevo orden mundial multipolar. Tras el catastrófico fracaso de la aventura militar de Bush en Irak, la crisis financiera estallada en Wall Street no ha hecho en estos dos últimos años sino agudizar el ocaso imperial norteamericano, acelerando el desarrollo desigual, los cambios objetivos en la correlación de fuerzas mundial en términos de poder económico y el progresivo desplazamiento de poder desde Occidente hacia Oriente. Desde la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, se ha puesto de manifiesto cómo la recuperación de la economía mundial ya no depende, ni puede depender, de las grandes potencias occidentales desarrolladas. Los cuatro países que forman parte del BRIC representan más del 50% del crecimiento mundial en los últimos años, ocupando entre ellos China el lugar fundamental. Si a lo largo de prácticamente todo el siglo XX la economía norteamericana jugó el papel de “locomotora” en el crecimiento de la economía mundial, en lo que llevamos de siglo XXI ha tenido que dejar ese puesto a la economía china. Un cambio objetivo de una magnitud sin precedentes –puesto que no se produce, como en el pasado, entre una y otra potencia o bloques de potencias imperialistas, sino entre la única superpotencia y las naciones emergentes del Tercer Mundo– en el equilibrio y la distribución del poder económico mundial que, necesariamente, tiende a trasladarse al terreno geopolítico. Algo que hasta alguien tan poco sospechoso como Robert Zoellick –elegido presidente del Banco Mundial a propuesta de George W. Bush– se ha visto obligado a reconocer al afirmar que las “placas tectónicas económicas y políticas mundiales están cambiando”. Cambio del que los países BRIC, como protagonistas de primer plano, son plenamente conscientes y que por ello demandan, según han expresado en la declaración final de la cumbre de Brasilia, jugar un “papel fundamental” en la creación de un nuevo orden mundial que debe ser “multipolar, equitativo y democrático” y basado en un proceso de decisión “colectivo de todos los Estados”. Un largo camino Sin embargo, el camino para que estos cambios en el sistema económico mundial se trasladen al decisivo terreno de la distribución del poder mundial será necesariamente largo, complejo y preñado de dificultades y conflictos. Y no sólo por la oposición de Washington que trata por todos los medios de romper el frente unido de las potencias emergentes, buscando crear fricciones entre ellos y atraerse a unos en detrimento de otros. Sino también porque, por un lado, la existencia de poderosas contradicciones internas e intereses contrapuestos en el seno de los países BRIC es algo objetivo y, por el otro, porque articular los mecanismos concretos que permitan fortalecer su unidad no es algo que se consiga en dos días. En su primera cumbre celebrada en junio de 2009 en Ekaterimburg (Rusia) los BRIC insinuaron la alternativa de sustituir al dólar norteamericano como moneda de reserva del mundo. Un año después, sin embargo, son conscientes de que es todavía demasiado pronto para pensar en una alternativa así de aplicación inmediata. Y están empezando por articular mecanismos de unidad más sencillos, reforzando y estrechando sus lazos comerciales y estableciendo sistemas de cooperación más estrechos entre los bancos de desarrollo de Brasil, India y China a través de una serie de proyectos de asociación. En Brasilia, los cuatro jefes de Estado, por ejemplo, estudiaron la experiencia de Brasil y Argentina realizando el comercio en moneda local, el real y el peso, y no en dólares de EEUU. Algo que China ha empezado a ensayar ya también, estableciendo una serie de “zonas especiales” de exportación, donde el intercambio de mercancías con otros países se efectúa con la moneda china, el yuan o reminbi, para lo cual el Banco Central de China otorga créditos en yuanes, en unas condiciones ventajosas, a esos países. La siguiente fase, como señaló el presidente ruso, incluye múltiples ofertas de cooperación en materia de tecnología agrícola, energía nuclear, ingeniería aeronáutica, exploración espacial y nanotecnología. Líneas de fractura Por otro lado, no es un secreto para nadie que entre los BRIC existan poderosas contradicciones internas que son continuas fuentes de conflicto entre ellos. China e India, además de las disputas fronterizas en el Himalaya aún no resueltas, están en rumbo de colisión en términos de preeminencia e influencia regional en Asia. Al mismo tiempo, Pekín no ve con demasiados buenos ojos los reiterados intentos de Delhi por conseguir un asiento fijo en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y ambos países entrarán tarde o temprano en competencia, pese a la ventaja conseguida por China a través de la Organización para la Cooperación de Shangai, para conseguir tanto petróleo y gas desde Asia Central como les sea posible. Rusia es plenamente consciente de la expansión china y el aumento de su influencia en las repúblicas de Asia Central que Moscú considera como su “patio trasero”. Expansión que, en su desarrollo, puede llegar a afectar en el futuro a los inmensos y riquísimos territorios de Siberia, ineficazmente explotados por Moscú. Al tiempo que el creciente desequilibrio económico y demográfico entre ambas potencias dibuja un complicado balance para Moscú en el futuro desarrollo de sus relaciones. India se opone a que Brasil –uno de mayores exportadores de alimentos del mundo– pugne en las rondas de la Organización Mundial de Comercio por reducir los aranceles sobre determinados productos agrícolas. El ministro de Hacienda brasileño, Guido Mantega, se mostró los días previos a la cumbre de Brasilia partidario de que la moneda china se revalorice, coincidiendo así con las presiones de Washington, para que las baratas importaciones manufactureras de China no ahoguen a los fabricantes brasileños. Por su parte, EEUU, consciente de estas líneas de fractura internas en los BRIC, trata de incidir y maniobrar en ellas, buscando por un lado azuzar lo suficientemente las contradicciones y conflictos para que la unidad entre las potencias emergentes se demore lo más posible y sea cuanto más frágil, quebradiza e inestable, mejor. Y por el otro, aprovechando estos intereses contrapuestos, busca establecer lazos y vínculos bilaterales con cada una por separado, de modo que incluso en una situación de máxima debilidad suya y fortaleza de los países BRIC, Washington se convierta en el nódulo radial por el que obligatoriamente tengan que pasar cada uno de ellos para aumentar su proyección mundial. Sin embargo, a pesar de estas tensiones internas, y a pesar de que saben que han de ser muy cuidadosos en no enemistarse, ni global ni bilateralmente con Washington, los países BRIC, además de hacer valer su voz y su peso en los organismos internacionales multilaterales, pueden complementarse mutuamente en muchos aspectos. La velocidad del desarrollo de las relaciones comerciales entre Brasil y China son, seguramente, el mejor ejemplo. El año pasado Pekín desplazaba a EEUU como mayor socio comercial de Brasil. Las espadas están en alto. Las nuevas tendencias fundamentales que mueven al mundo están en marcha y horadan bajo la superficie el viejo orden mundial, pero los dirigentes de los países BRIC avanzan con precaución sobre ellas. El alumbramiento de un nuevo orden mundial es inevitable. Pero, de momento, nadie quiere acelerar su ritmo, mucho menos provocar un nacimiento prematuro.