Cuando se cumple un mes de una cruenta invasión que ya deja un saldo de 20.000 muertos -un millar de víctimas civiles- y más de cinco millones de refugiados, el avance ruso parece haberse estancado, mientras que la resistencia ucraniana se recrudece. El Kremlin ha anunciado un cambio en sus prioridades militares, asegurando que se centrará en la región de Donbás. ¿Estamos ante un primer signo de desgaste ruso o es un repliegue táctico para replantear su estrategia en la invasión?
Las cosas no andan bien para Rusia en su invasión imperialista. Tras un mes de guerra, el Kremlin ha cambiado sutil pero perceptiblemente de objetivos militares. El Estado Mayor de Moscú asegura que -aunque no excluye asaltar ciudades como Kiev, Járkov, Chernígov, Mikolaiv u Odessa- su meta principal es asegurar el dominio en las regiones del este de Ucrania, especialmente el Donbás, que los separatistas controlaban ya en parte desde 2014.
Esto no quiere decir, en absoluto, que los combates estén perdiendo intensidad o que los bombardeos rusos contra ciudades sean menos despiadados. En el este, a lo largo de toda la semana las fuerzas rusas han seguido castigando con fuerza Chernígov, en el noreste del país, muy cerca de la frontera con Bielorrusia. Han tiroteado a la gente que esperaba para comprar pan o han bombardeado un puente que servía de vía de escape para los que huían de la ciudad. En Járkov o en Kiev han seguido castigando las zonas residenciales. Y los misiles rusos han llegado a los tanques de combustible de Leópolis (Lviv), una ciudad muy cerca de la frontera con Polonia que sirve de escape para millones de refugiados.
Que el Kremlin anuncie una recategorización de objetivos suscita cautela entre el gobierno de Kiev. No es la primera vez que el Kremlin anuncia una cosa para luego hacer exactamente la contraria -como cuando amagó, una semana antes del inicio de la invasión, con retirar los 200.000 tanques que mantenía en las fronteras ucranianas- y muchos opinan que es una táctica de Moscú para rearmarse y reabastecerse, analizar sus posiciones e intereses y preparar una segunda fase de la contienda.
Ni el Plan A, ni el B
En su discurso del 24 de febrero con el que se iniciaba la invasión, Vladimir Putin dejó claro que entre los objetivos de la «operación militar especial» contra Ucrania no sólo estaba «desmilitarizar y desnazificar” el país y «proteger a la población del Donbás de un genocidio» -como dice el Kremlin en su neolengua de Goebbels- sino también derribar al gobierno de Zelenski. Otros pretextos empleados por el Kremlin han sido la hipotética amenaza que supondría para Crimea la entrada de Ucrania en la OTAN, ya tienen poco sentido: el propio gobierno ucraniano ya descarta esa posibilidad.
En los primeros días de la guerra de agresión, un tridente ruso asaltó Ucrania por tres frentes. Una potente columna de tanques se lanzó hacia Kiev desde el norte, partiendo desde Bielorrusia, o sobre Járkov desde Rusia. Una segunda lanza partió del Donbás, frente con el apoyo de las milicias y los contratistas privados que ya operaban en el territorio separatista. Y al sur, desde la anexionada república de Crimea, un tercer asalto se ha bifurcado buscando dos objetivos: uno, conquistar el corredor que une al Donbás con Crimea -dando lugar al brutal asedio de Mariúpol, donde las tropas rusas están aplicando los crímenes de guerra contra la población civil de la «doctrina Grozni»-; y otro, dirigirse hacia Odessa para dejar a Ucrania sin acceso al Mar Negro.
A pesar de su incontestable superioridad militar, el ejército ruso está teniendo no pocos problemas. Y las fuerzas ucranianas están infringiendo una importantísima cantidad de bajas.
Pasaron los días y las semanas, y la planeada toma relámpago de capitales como Kiev o Járkov nunca se produjo. Del plan A -de rápida victoria y derrocamiento exprés del gobierno ucraniano- las tropas rusas pasaron a un mucho más devastador plan B: el uso masivo de artillería contra las ciudades asediadas, para minar la moral de la población y los defensores. Una ‘doctrina Grozni’ que el Kremlin ya llevó a cabo con criminal eficacia en Chechenia o en el asedio de Alepo, y que ahora están lanzando sobre Mariúpol, convertida en la Gernika de esta guerra. En esta estratégica ciudad a orillas del mar de Azov, imprescindible para consolidar el ansiado corredor entre el Donbás y Crimea, Rusia ha bombardeado maternidades y hospitales, teatros convertidos en refugios de civiles (300 muertos), ha tiroteado a los corredores humanitarios. Terror a discreción para forzar su rendición y avisar al resto de ciudades: «esto es lo que os espera si no claudicáis».
Pero este Plan B tampoco ha funcionado. Hace una semana que el avance ruso parece haberse estancado. A pesar de su incontestable superioridad militar, el ejército ruso está teniendo no pocos problemas de suministro y de coordinación. Y las fuerzas ucranianas, aprovechando el mejor conocimiento del terreno, el armamento sofisticado llegado de Occidente, y las tácticas de guerrilla, están infringiendo una importantísima cantidad de bajas.
Ahora parecen plantear un Plan C. ¿Funcionará?
¿Camino de un ‘Afganistán’?
En tiempos de guerra hay que coger las cifras con pinzas. Siempre están deformadas por la propaganda de uno y otro bando. El Kremlin reconoce algo más de 1.300 muertos, mientras que las estimaciones de la OTAN hablan de no menos de 7.000 soldados rusos caídos en sólo un mes de combates. Si esto es así, y extrapolando a la relación usual (dos heridos por cada cadáver) el número de heridos podría llegar a 15.000. Unas cifras que coinciden con las que durante unos minutos dio una noticia digital del diario ruso Komsomolskaya Pravda, alineado con el Kremlin: 9.861 soldados rusos muertos, además de 16.153 heridos. Luego borraron esas cifras y dijeron que habían sido víctimas de un ataque informático.
De ser así, e incluso si nos quedamos con las más conservadoras cifras que ofrece el Pentágono (entre 3.000 y 10.000 bajas), las tropas rusas estarían sufriendo su embestida más salvaje desde la Segunda Guerra Mundial, con cerca de mil bajas diarias entre heridos y fallecidos. Por poner estas cifras -insistimos, difíciles de contrastar ahora mismo- en contexto, en Afganistán murieron 15.000 soldados soviéticos en diez años, y EEUU perdió 7.000 uniformados, durante veinte años, en Irak y Afganistán juntos.
Lo que sí parece estar contrastado es la muerte de un quinto general ruso en lo que llevamos de invasión -uno de ellos perteneciente al Estado Mayor-, lo que desde luego da una idea de la intensidad de los combates y de las bajas entre los soldados. Ni en la II Guerra Mundial la URSS llegó a perder tantos altos mandos en tan solo cuatro semanas.
La resistencia ucraniana ha plantado cara a uno de los más potentes ejércitos del mundo, ha empantanado su acometida, y le ha infringido daños significativos.
Una y otra vez, siempre el mismo error
Es imposible adivinar cuál será el curso de la guerra. No se puede minusvalorar a Rusia, una potencia nuclear que tiene una enorme superioridad bélica, y que tiene las mejores bazas en esta agresión. Pero ha ocurrido. La resistencia ucraniana ha plantado cara a uno de los más potentes ejércitos del mundo, ha empantanado su acometida, y le ha infringido daños significativos.
«Y así ocurrió que Napoleón, quien, como todos sus contemporáneos, creía a España un cadáver examine, se llevó una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español yacía muerto, la sociedad española estaba llena de vida y rebosaba, en todas sus partes, de fuerza de resistencia». Con estas palabras trazaba Marx su relato de la guerra de la independencia contra Napoleón, que como tantos estrategas imperialistas, había cometido el fatal error de despreciar la lucha de los pueblos.
Otro tanto podríamos decir de Hitler invadiendo la URSS en 1941, de EEUU invadiendo Vietnam en los 60 o de Moscú entrando en Afganistán en 1979. O de los cálculos de Putin para doblegar en pocos días a una Ucrania muy inferior a una de las grandes potencias militares del mundo. En sus cálculos, en sus previsiones, habían estimado el número de divisiones, de tanques, de buques o de proyectiles del gobierno de Kiev, pero no habían contado con el pueblo, con la movilización armada de la propia población ucraniana, decidida a resistir contra el invasor y a luchar hasta la muerte por su independencia.
Napoleón, Hitler, Nixon o Breznev ya pagaron con la derrota este error, y ahora a Putin se le puede atragantar en la garganta.