Pertenece a esa generación de cómicos que han hecho reír a un país pero que también han tenido que demostrar su talento frente a las críticas y la incomprensión.
Alfredo Landa es un actor inmenso, intuitivo y visceral. Entrañable en Sancho Panza, soberbio en “El crack”, magistral en los “Santos Inocentes” más de 130 películas hablan por él.
Ha sido uno de los actores más queridos por el público al que conquistó desde su primera película. Se ganó a la crítica con el premio a la mejor interpretación de Festival de Cine de Cannes por “Los Santos inocentes” y con dos premios Goya por “El Bosque animado” y “La marrana”. Luis García Berlanga, Mario Camus, Basilio Martín Patino, José Luis Garci, Borau, José Luis Cuerda, Antonio Mercero… fueron algunos de los cineastas que le dirigieron. Trabajó con los mejores directores, pero quizá sus mejores papeles los bordó con José Luis Garci, su director fetiche, con el que trabajó en siete películas. Con su papel de ejecutivo desencantado en “Las verdes praderas” su carrera dio un giro de 180 º. Garci decía de él que estaba forjado en plastilina y en un acero tan intenso como el de James Cagney y Al Pacino.
Debutó en el cine como secundario con la fantástica comedia “Atraco a las tres “, una irreverente andanada contra la banca, dirigida por Jose María Forqué junto a los consagrados José Luis López Vázquez y Gracita Morales. Landa siempre bromeaba con lo vital que había sido el número tres en su vida, su número de la suerte. No en vano nació un 3 del 3 del año 1933 a las tres de la tarde y vivía en el número tres. Tenía además tres hijos y tres Goyas.
Pocos actores como Alfredo Landa pueden presumir de tener un género propio: el landismo, del que jamás ha renegado sino que por el contrario se siente muy orgulloso. “Vente Alemania, Pepe” o “No desearas al vecino del quinto” sin ser grandes películas son más divertidas e incluso más modernas que las comedias americanas de universitarios. “El landismo fue un fenómeno sociológico” (…) “En todos mis trabajos he puesto ilusión y a la ilusión no se la traiciona” decía Landa orgulloso. Único en su género encarnó con gran éxito y cariño el prototipo de español medio en la década de los setenta durante los años del desarrollismo y del destape. El macho ibérico, el pícaro español que sobrevive en tierras teutonas frente a la supremacía del extranjero.«El landismo fue un fenómeno sociológico»
José Sacristán defiende “Siempre ha existido una mirada por encima de mucho pijo, de mucho indocumentado de la comedia. Leí hace poco revistas de cine de hace cuatro décadas con críticas de llamémosles ilustres que crujían esas películas y nos ponían de vuelta y media(…) Salvando las distancias Preston Sturges ha contado más cosas de nuestra sociedad que Francisco Rosseti”.
“Los Santos Inocentes”
“Los Santos Inocentes” basada en la nóvela de Miguel Delibes, supuso su consagración internacional. Landa interpretó a Paco” el Bajo”, miembro de una familia de campesinos que en los años 60 servían en un cortijo extremeño soportando todo tipo de humillaciones. “Mi personaje era un ser humano tan maravilloso, era amor puro (…) La actitud de Paco “el bajo” y su familia no es servil, es amor. Nadie puede aguantar las cosas que aguanta Paco “el bajo “y su familia si no es por amor” defendía Landa. Y es ese mismo amor y ternura con el que Alfredo Landa interpretó a cada uno de sus personajes lo que hace de él un gran actor.
“Yo he hecho de todo. Pero siempre he sido limpio, nunca me dirás que algo te ha parecido sucio o inadecuado. Esa limpieza para mí consiste en no engañar, no buscar lo retorcido, lo sucio. Si algún valor tengo es que no tengo enemigos. Creo que hay algo por encima de todo, una palabra mágica: respeto. A todos y a todo. Eso es lo máximo que he aprendido en mi vida.
Vida de un cómico
«Yo vine a San Sebastián cuando tenía 12 años porque mi padre era capitán de la Guardia Civil, y después de estar destinado en Figueras, donde vivimos seis años, le mandaron a San Sebastián. Yo hablaba catalán perfectamente. Cuando tenía 13 años, me vino Alberto Aróstegui y me dijo que era el director del cuadro artístico del Carmelo y que estaban haciendo una obra de Muñoz Seca. Y que como yo sabía catalán, quería que hiciera el papel del dueño de una fonda, el señor Tresols. No sé cómo me convenció, y lo hice. Y, lo que es la vida: tuve un éxito del carajo, me aplaudieron muchísimo, hice tres mutis, y en el tercero, fue como un relámpago: me quedé parado y me dije que yo tenía que ser cómico. Y lo dejé todo, y fui cómico».
Fundó con varios amigos El Teatro Español Universitario (TEU) Se entreno con el humor de Jardiel Poncela, Miguel Mihura o Capote. Antítesis del prototipo de galán, Landa se convirtió es un actor excepcional con enormes recursos interpretativos y registros. “Lo importante es la voz, dominar el ritmo, tener compás, clavar la frase, oler al personaje, sentirlo, estudiarlo, lanzarse a hacerlo con intuición, ser de verdad. Lo otro es componer y hacer voces raras. Lo difícil es hacerlo por derecho y que parezca fácil “decía.
En 1958, viajó a Madrid con 7000 pesetas y una maleta de cartón, para probar suerte en el teatro madrileño. En el teatro María Guerrero trabajó bajo las órdenes de José Luis Alonso en montajes como «Los caciques», de Arniches; «Los verdes campos del Edén», de Antonio Gala; «La loca de Chaillot», de Jean Giraudoux; «La difunta», de Unamuno. En septiembre de 1964 participó en el estreno de «Ninette y un señor de Murcia», escrita y dirigida por Miguel Mihura, en el papel de Armando.
Tras un tiempo acaparado por el cine, Alfredo Landa volvió al teatro para interpretar, a las órdenes de Jaime Azpilicueta, el musical de Cy Coleman y Michael Stewart «Yo quiero a su mujer». Le acompañaban María Luisa Merlo, Josele Román y Paco Valladares. Lorenzo López Sancho escribió entonces: «Alfredo Landa acierta al volver a los escenarios. Se había encasillado y amanerado en el cine. Estaba a punto de perderse el buen actor cómico que hay en él. Hace, pues, un Tony ingenuo, tentado por las mujeres y las complicaciones sexuales, pero enamorado a la antigua de su esposa, excelente, tanto en las escenas de texto con en las cantadas directamente y bailadas. Su comicidad no se dispara más que para dar en la diana de la precisión»