Solía quejarse de que no había tenido nunca un duro… y así murió el pasado viernes 4 de diciembre. No era una queja de arrepentimiento, sino la constatación de lo cara que sale la decencia, la coherencia y la dignidad en este país. Alfredo no estuvo nunca en el periodismo apesebrado, fue un alma indómita y ello le relegó a ejercer su oficio en libertad vigilada y cercenada; durante muchos años solo se le permitió escribir sobre flamenco, en lo que era un maestro, y sobre boxeo, dada su afición al pugilismo desde muy joven. Si tuvo que transigir con eso de la libertad vigilada fue por su mala costumbre de comer todos los días. Sin embargo, para escapar de la vigilancia, la censura y la autocensura, desplegaba su talento, su memoria portentosa y sus dotes de periodista de investigación en otros ámbitos, como El Otro País, un periódico fundado por un grupo de camaradas obstinados en la resistencia y en trabajar gratis et amore.
Pero donde Alfredo volaba más alto era en sus trabajos de investigación, volcados en libros que son una referencia para combatir el relato de Disneylandia que nos han vendido los trileros de la Transición, o para denunciar con datos y señales algunas de tantas corruptelas de diversos entornos y personajes incrustados en esta dizque democracia que tanto disfrutamos, al parecer. De su trabajo y su perspicacia salieron libros imprescindibles para comprender varias de las tramas corruptas de este país: La CIA en España, Esperanza Aguirre: la lideresa, Zaplana: el brazo incorrupto del PP, La Iglesia en España y, quizás el más citado, La sombra de Franco en la Transición, que de alguna manera actualizó en Claves de la Transición 1973-1986 (para adultos). Como vemos, un buen panorama de la charca infecta de la corrupción en España. Esto explica que haya sido apartado de la prensa convencional y de otros canales de comunicación, es el precio de ser un periodista maldito para este maldito sistema. Y también explica las querellas interpuestas por alguno de los afectados que había quedado con las vergüenzas al aire.
Otra rama de sus libros está dedicada a una de sus grandes pasiones: el flamenco; de ahí salieron libros como Flamencos en el ferrocarril, Panorama del flamenco, Luis de la Pica: el duende taciturno, o Historia social del flamenco, el más conocido seguramente. Recuerdo la presentación de este último en el Ateneo Republicano de Vallecas, cuando dijo, con la gracia que le caracterizaba, que había hecho ese libro para que su abogado descansara de las querellas que le ponían.
Alfredo era excesivo en sus pasiones, tanto que su cuerpo no aguantó su desmesura. Su pasión primera eran sus amigos, junto a temas como el fútbol (le pusieron su nombre por Di Stéfano), el boxeo, el tango, el flamenco, el fado o Grândola, Vila Morena, la canción que compuso su amigo Jose Afonso escogida por los militares de la Revolución de los Claveles en Portugal (¡qué distintos a los nuestros!).
Guardo muchos recuerdos suyos, de los que puedo destacar ver en su casa, junto a mi padre, el vídeo del mítico combate de Muhammad Ali con George Foreman, que nos comentaba con su característica vehemencia, además de con su profundo conocimiento del boxeo, que practicó de joven en el gimnasio de su primo Fred Galiana. Horas de charla, de risas con sus anécdotas, de asombro por su memoria prodigiosa. Once meses antes, el 4 de enero pasado, falleció mi padre, Pedro López Sábado, que le apreciaba como a otro hijo. Alfredo lo visitó en el hospital tres o cuatro días antes de morir, y a pesar de la amargura del momento, nos deleitó con sus anécdotas y nos hizo reír un buen rato. Mi madre, mis hermanos y yo mismo agradecimos su visita y su conversación. A los pocos días también intervino en el tanatorio elogiando a su amigo Pedro y a su compañera Petra.
Cuando ha llegado su hora, no podía por menos que escribir unas palabras de reconocimiento, agradecimiento y admiración por su honradez, su compromiso con la justicia y su valentía. Muchos han escrito sobre él y queda poco que decir, muchos lo hemos querido y no tengo ningún título especial para aportar algo novedoso. Solo puedo sumarme a la constatación de lo huérfanos que nos deja a sus innumerables amigos y seguidores, así como a sus hijos Fernando y Pilar, en los que ha dejado la estela de una calidad humana extraordinaria.
Se ha ido al planeta de indomables como él: desde el Che a Marcelino Camacho, desde Alí a La Motta, desde Rafael Amor a Javier Krahe, desde las sufragistas a Rosa Luxemburgo y la Pasionaria, desde Guillermo Tell a Joaquín Murrieta… Termino con otras palabras de Neruda en la Cantata de Joaquín Murrieta que citaba al principio y que creo que siguen reflejando su condición de rebelde con causa:
Adiós, compañero bandido, se acerca tu hora, tu fin está claro y oscuro,se sabe que tú no conoces –como el meteoro– el camino seguro,se sabe que tú te desviaste en la cólera como un vendaval solitario,pero aquí te canto porque desgranaste el racimo de la ira y se acerca la aurora,se acerca la hora en que el iracundo no tenga ya sitio en el mundoy una sombra secreta no habrá sido tu hazaña…