La retirada de Ángela Merkel abre un periodo de incertidumbre en Alemania, que comenzará a despejarse el próximo 26 de septiembre, la fecha de las elecciones generales alemanas. Pero es muy probable que la noche del 26 no resuelva todas las dudas que se ciernen sobre un país que ha vivido cuatro legislaturas, 16 años, bajo el manto protector de Merkel. Hasta siete partidos se repartirán los votos y los escaños, y la amenaza de que la dispersión del voto abra un periodo de inestabilidad en la política alemana está ahí.
Evitar esa incertidumbre y la consecuente inestabilidad es el objetivo que parece haberse trazado la clase dominante alemana, que ya parece haber elegido la opción que dé continuidad y estabilidad a su proyecto. Y eso ha comenzado a traslucirse, de forma directa, en la campaña electoral, donde después de un debate general entre los siete partidos aspirantes a escaños, el resto de la tribuna televisiva ha quedado reservado a debates exclusivos entre los candidatos de la CDU (Armin Laschett, el sustituto de Merkel), de la socialdemocracia (el actual ministro de Finanzas, Olaf Scholz) y de los verdes (Annalena Baerbock).
A diferencia de España o Italia, o incluso de Francia u Holanda, donde los debates entre los partidos son encarnizados y están llenos de crispación, insultos y descalificaciones, los debates del tridente alemán son debates de guante blanco, educados, sin estridencias… y sin grandes diferencias, como si todos compartieran el mismo proyecto (de hecho, la socialdemocracia y la CDU llevan 8 años gobernando juntos) y solo se tratara de remarcar el perfil singular de cada uno.
La preferencia de la burguesía monopolista alemana es, sin duda, el tripartito CDU-SPD-Verdes
La presencia (quizás inesperada para algunos) de los Verdes en este triunvirato no es un asunto improvisado ni un mero gesto para adecuarse al nuevo espíritu de los tiempos. Por un lado, el desgaste sufrido en estos años de gobierno conjunto por democristianos y socialdemócratas hace presagiar que muy probablemente ni la suma de los votos ni las de los escaños de ambos partidos sean suficientes para alumbrar y sostener un nuevo gobierno. Será necesaria una “tercera pata” para garantizar la mayoría y la estabilidad. Y la pata elegida ha sido la de Los Verdes, un partido que como reconocía su líder ya no tiene la vocación contestataria de antes, puesto que “su programa ha triunfado” y constituye de algún modo la política “obligatoria” de cualquier gobierno posible, aunque aún mantenga diferencias con el SPD y con la CDU (con los que gobierna indistintamente en varios länders) sobre todo en los ritmos, plazos y métodos de ejecución del gran programa de transformación tecnológica que implica la nueva agenda global.
El momento en que se celebran los comicios es sin duda crucial. Alemania, que ha capitaneado en los últimos tres quinquenios la política europea, se juega el liderazgo de los enormes cambios que se están preparando a nivel económico, tecnológico y social, y que van a suponer modificaciones sustanciales en el modelo productivo, la innovación tecnológica, el cambio del paradigma energético, la digitalización de la economía, la lucha contra el cambio climático, etc. Se trata de una transformación gigantesca, que ya está en marcha, en la que está implicada la UE (entre otras cosas, con los Fondos de Recuperación) y en el que está en juego el liderazgo económico y, por tanto, beneficios multimillonarios para quien lo encabece y dirija.
Indudablemente la clase dominante alemana tiene un proyecto y la voluntad de ponerse a la cabeza. Por ello, intenta de todas formas que las elecciones que sitúan a Alemania en un nuevo “año 0” decisivo no descarrilen ni lleven al país a una situación de desgobierno o de inestabilidad prolongada, ni que los resultados obliguen a tener que contar con las fuerzas que ahora mismo están, por así decirlo, “fuera del sistema”: los ultraderechistas de Alianza por Alemania (cuyo resultado es una incógnita, pero que en los anteriores comicios ya fueron la tercera fuerza electoral) y, por el otro lado, “La Izquierda”, el partido heredero del viejo régimen de la Alemania del Este, que ya ha servido en alguna ocasión de apoyo a socialdemócratas y verdes para gobernar en länders y municipios.
La sintonía entre el SPD y el Partido Demócrata de EEUU es histórica y bien conocida.
La preferencia de la burguesía monopolista alemana es, sin duda, el tripartito CDU-SPD-Verdes, que ya tiene asumido su proyecto y se ha mostrado capaz de sostener gobiernos prolongados pese a las diferencias y tensiones internas. Y parece que los números, de momento, lo hacen viable. Con lo que “solo” quedaría por decidir el liderazgo de dicho gobierno, algo que decidirán las urnas.
Hasta hace muy poco, la CDU seguía conservando, merced al influjo de Merkel, el puesto de favorito. Pero una serie de traspiés de su candidato y su poco éxito en los debates, han abierto estos últimos días la espita a un triunfo del candidato socialdemócrata, algo que sin duda cuenta con el viento a favor de la nueva Casa Blanca, de la línea Biden. La sintonía entre el SPD y el Partido Demócrata de EEUU es histórica y bien conocida. Y EEUU necesita aliados firmes y fieles en este momento, en el que su liderazgo mundial está en bancarrota. ¿Pero está todo atado y todo atado? Habrá que esperar al 26 para saber hasta qué punto eso es realidad.