Alemania está técnicamente en recesión tras dos trimestres consecutivos disminuyendo su PIB. La producción industrial, clave de bóveda de su economía, ha caído un 5,2% en un año. Que nos endosen parte de sus pérdidas es sólo cuestión de tiempo.
La producción industrial alemana ha sido atacada por los aranceles de Trump a los coches, el acero y el aluminio, reduciendo sus exportaciones y lastrando a su vez la producción de acero y la industria auxiliar de suministros de componentes. A esto se suma la fuerte caída en ventas de autos diésel (las grandes marcas alemanas eran las primeras del mundo), mostrándose incapaces de acelerar su transformación a otros motores no contaminantes (eléctrico, hidrógeno) en que EEUU, China y Japón llevan ventaja. Entre los diez coches eléctricos más vendidos en 2018 no había ninguno alemán.
El menor crecimiento chino es también muy importante, porque allí va un tercio de las ventas del monopolio germano BMW o un 40% de Volkswagen. Alemania depende de sus exportaciones y la guerra comercial EEUU-China empuja a la contracción del comercio mundial. El Brexit británico, que ha colocado la isla también en recesión, resta otro mercado.
La cuarta mayor economía del mundo se ha quedado además atrás en campos cualitativos: ninguna de las quince mayores tecnológicas del mundo es alemana; no tiene fabricantes importantes de móviles ni de equipos de telecomunicaciones; y solo cuenta con cinco compañías valoradas en más de 1.000 millones de dólares en el ámbito digital, frente a 118 de EEUU o 59 de China.
Por si fuera poco, su principal entidad financiera, Deutsche Bank, no levanta cabeza desde que en 2008 Wall Street les endosara sus «bonos basura» e «hipotecas subprime», y prevé recortar otros 18.000 empleos en todo el mundo.
Recursos y peligros
El ministro de Finanzas, Olaf Scholz, definió la situación como «una crisis provocada por el hombre» (la guerra comercial y el Brexit), negando la urgencia de medidas económicas internas y defendiendo que la solución es política: mantener la unidad dentro de la UE.
Parte de una situación sólida: un potente mercado interno, un enorme superávit comercial y unas cuentas públicas saneadas. Con los bonos alemanes cotizando a tasas negativas (a Berlín le pagan por prestarle dinero), el gobierno podría aumentar sus inversiones. Aunque, por si acaso, Berlín ha encabezado el tratado con Mercosur para abrir nuevos mercados.
La alarma es para España: la dependencia española del turismo y de las exportaciones a Europa (un 65% del total) y en particular respecto a Alemania (allí dirigimos una de cada diez ventas y es el tercer país que más turistas nos envía) nos deja en una posición muy débil, pues nos repercute inmediatamente sus problemas.
Urge romper esta gran dependencia.