Se destapa el escándalo de que el demagogo ultra Alvise Pérez cobró 100.000 euros en negro de un empresario de las criptomonedas para financiar la campaña de Se Acabó la Fiesta en las pasadas elecciones europeas.
La última semana de septiembre la fiesta se acabó para Alvise Pérez, el ultraderechista «influencer» que en las pasadas elecciones europeas logró sorpresivamente más de 800.000 votos con un programa trufado de demagogia pretendidamente «antisistema» y de racismo, xenofobia y proclamas contra el feminismo, el colectivo LGTBI y la izquierda.
Tras varios meses en los que sus votantes esperaron en vano que su gurú cumpliera una de las `promesas electorales de Se Acabó La Fiesta (SALF) -que el propio Alvise sortearía su sueldo de eurodiputado entre los seguidores de su canal de Telegram, algo que inexplicablemente no ha acabado de ocurrir- ahora se ha destapado que el ultra recibió 100.000 euros en negro -«en efectivo y sin factura», para no ser rastreados por el Tribunal de Cuentas- de Álvaro Romillo, fundador de un club fallido de inversiones basado en las criptomonedas. Una cuantía que viola las leyes de financiación electoral, y por las que Alvise se habría comprometido con Romillo a ejercer influencia a su favor en el Parlamento Europeo o en un eventual futuro gobierno de PP con Vox y SALF.
Sin escapatoria -el empresario cripto ha hecho públicas las capturas de pantalla de sus conversaciones con Alvise- la justificación de este personaje es de traca. “Acepté, y es verdad, cobrar esos honorarios privados sin factura para poder tener más ahorros con la finalidad de no enriquecerme con mi actividad política”, ha dicho el líder de Se Acabó La Fiesta, que se autodefinía como «el mayor luchador contra la corrupción».
Muchos se preguntan cómo de abrupta será la caída de este personaje, y cuantos de sus 710.000 seguidores lo seguirán siendo después de esta lluvia de cieno, que implica ya una petición de la Fiscalía al Supremo para desaforarle y abrir una investigación penal. No es ni mucho menos la primera que tiene Alvise Pérez, como atestigua uno de sus apodos en redes: «el condenas».
Pero más allá del morbo y la satisfacción que a muchos demócratas y progresistas puede causar el derribo estrepitoso de este castillo de naipes construido a base de demagogia ultraderechista y fake news, cabe preguntarse a quién interesa.
La división del voto de la extrema derecha entre Vox y SALF -que en los últimos meses apuntaba a que podría consolidar su posición y llegar al Congreso en unas hipotéticas elecciones generales- debilitaba las opciones de que los escaños ultras posibilitaran una eventual investidura del Partido Popular. Y de la misma manera que en los últimos años hemos asistido a la fagocitación de Ciudadanos por parte de Génova 13, y a cierto freno al impulso de Vox para que el PP pudiera recuperar algo de espacio a su (extrema) derecha, quizá las élites financieras y monopolistas de dentro y fuera de España que quieren a Feijóo en la Moncloa hayan decidido acabar con la fiesta de una opción ultraderechista demasiado friki… o demasiado escorada hacia los Urales.
No está de menos recordar que mientras que Vox -a pesar de ciertas simpatías por Putin- se ha mantenido, como Giorgia Meloni, fiel a su orientación proatlantista y encuadrada bajo el ala del trumpismo, los tres eurodiputados de SALF se sumaron en julio a las filas del nuevo grupo impulsado por Alternativa por Alemania (AfD), que mantiene sus vínculos con el Kremlin.