Conforme van pasando las semanas, los ejes políticos de la nueva Casa Blanca van pasando de borroso a nítido. La victoria de Trump va a suponer un auténtico giro en la orientación de la gestión de la hegemonía mundial de la superpotencia.
Los primeros movimientos del nuevo comandante en jefe hegemonista apuntan inequívocamente a una subida de tono en el enfrentamiento con China. Son signos todavía en el terreno de la diplomacia, pero que han activado todas las alarmas en Pekín.
Trump ha violado un pacto tácito entre Washington y Pekín vigente desde que Nixon normalizó las relaciones en 1972: EEUU no reconoce a Taiwan como país independiente, sino como parte de China, aunque eso les no impida mantener contactos informales o suministrarles armas. Primero, atendiendo telefónicamente a la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, y días más tarde declarando en una entrevista que “no veo por qué tenemos que estar vinculados al principio de ‘una sola China’ a menos que lleguemos a un acuerdo con Pekín en el que entren otras cosas, incluido el comercio”, dijo Trump para Fox News.
Dado el gusto de Trump por triturar normas y convenciones y por dar golpes de efecto, no es posible saber aún si es un farol o muestra una intención real de desgajar a China reconociendo la independencia de Taiwan (algo que podría desequilibrar peligrosamente el Mar de China si Pekín responde militarmente a las intenciones separatistas de Taipei). Pero parece indicar que Trump va a jugar de forma mucho más dura, sucia y tramposa -y también de manera más imprevisible y aventurera- que su predecesor en la confrontación con su rival geoestratégico.
Al mismo tiempo, el nombramiento como Secretario de Estado de Rex Tillerson, el presidente de Exxon Mobil (una de las grandes petroleras norteamericanas), y muy próximo a Putin -recibió en 2013 la Orden de la Amistad de manos del presidente ruso- muestra muy claramente uno de los ejes de la política exterior de Trump. La nueva línea busca enterrar el enfrentamiento entre EEUU y el Kremlin -alimentado durante la era Obama y azuzado en Ucrania y Siria- que ha llevado a que Moscú y Pekín estrechen relaciones políticas, económicas y militares. Trump quiere atraer a Rusia -y también recomponer las dañadas relaciones con Turquía y Pakistán- a una especie de frente mundial antichino.
Como presidente del Consejo Económico, Trump ha elegido a Steven Mnuchin, ejecutivo de Goldman Sachs y jefe de finanzas de campaña de la campaña de Trump. Una muestra más -la lista de ejecutivos de los grandes bancos y monopolios de Wall Street en el nuevo gabinete es interminable- de que la nueva Casa Blanca, como no podía ser de otra manera, va a defender de forma intransigente los intereses de la oligarquía financiera yanqui.
También muy reveladora es la elección como Secretario de Defensa de James ‘Perro Loco’ Mattis, un general veterano de las guerras de Afganistán e Irak. Es, junto a Michael Flynn (asesor de seguridad nacional), el segundo militar de alta graduación en el gobierno Trump. ‘Mad Dog’ Mattis, es –a pesar de su apodo y de su decidida apuesta por el intervencionismo militar (defiende como Flynn una estrategia más enérgica contra el terrorismo islamista e Irán, y un acercamiento a Israel), conocido por su pragmatismo. Ha declarado que a EEUU le sobran cabezas nucleares, y que la superpotencia haría bien desembarazándose de una parte de su costosísimo sistema atómico, e invirtiendo en cambio en la modernización del armamento, especialmente el escudo antimisiles.
Mattis y Flynn evidencian que la línea Trump va a buscar en el fortalecimiento del brazo militar -principalmente invirtiendo en alta tecnología bélica- un doble objetivo: por un lado ampliar la sideral distancia militar que les separa de cualquier otro rival; por otro, convertir -como tantas veces ha hecho EEUU a lo largo de la historia- a los monopolios del complejo militar-industrial en el motor de un relanzamiento de la economía norteamericana. Los recursos necesarios (ya ha anunciado que se invertirán un billón de dólares en políticas expansivas, enfocadas a la reindustrialización y a la defensa) serán recaudados en todo el planeta en forma de “impuestos de guerra”.
Lo que se dibuja, en síntesis, es una recomposición de la línea de gestión del Imperio, donde participan directa y personalmente grandes cuadros de la burguesía monopolista norteamericana; un cambio de rumbo que va a provocar un severo reordenamiento internacional, drásticos cambios y reajustes en todas las áreas del planeta. Europa está entre las principalmente afectadas.