Hace sólo unos meses, un reputado conocedor de la geopolítica internacional afirmaba que los intentos expansionistas político-militares de EEUU iniciados con la Iª Guerra del Golfo han sido, por el momento, frenados, en lo que es su principal territorio de operaciones: Eurasia.
Mientras sus dos principales rivales, China y Rusia, estrechaban en este tiempo su alianza no estratégica, arrastrando hacia su espacio a grandes, medianos y pequeños estados de la región: desde India, hasta Irán, pasando por las repúblicas del Asia Central.
En dos de las regiones claves de Eurasia, el súper-continente donde se juega EEUU su hegemonía, los recientes giros de Turquía y Filipinas intentando un serio alejamiento de la influencia norteamericana y acercándose a la alianza chino-rusa marcan “desde el Mar Mediterráneo y desde el Océano Pacífico, el declive de la dominación periférica del imperialismo norteamericano. Mientras el fracaso estadounidense en Siria, [que sigue a los de Afganistán, Irak y Libia] señala el principio del fin de su omnipotencia militar”.
Declive de la hegemonía norteamericana y principio del fin de su omnipotencia militar. No se puede sintetizar mejor con menos palabras el estado actual de la superpotencia.»El pulso feroz de golpes y contragolpes anuncian un período preñado de tensiones, parálisis e inestabilidad»
Sin embargo, con ser esto mucho, no limita ni de lejos el alcance de la profunda crisis que atraviesa el Imperio. Cuya más reciente manifestación ha sido la elección de Trump y la profundidad del brutal antagonismo que ha desatado. Del que, además, es fruto.
Como es sabido, en las democracias occidentales es habitual y está considerado como un ejercicio de “normalidad democrática” conceder 100 días de gracia a los nuevos gobernantes, para valorar su rumbo y sus primeras decisiones.
En el caso de Trump no sólo no ha existido, sino que podríamos decir que 100 días antes de su triunfo ya estaba sometido a una feroz campaña de ataques y desprestigio. Hasta el punto de que el ex funcionario del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan, Paul Craig Roberts, ha llegado a afirmar, a raíz de las acusaciones de la CIA por el supuesto ciberespionaje ruso; “si los oligarcas neoconservadores o de seguridad militar están dispuestos a actuar tan públicamente en violación de la ley contra un presidente entrante que podría acusarlos y someterlos a juicio por alta traición, ¿no estarían dispuestos a asesinar el presidente electo?”
Lo inquietante de la reflexión es la hondura de la división en el seno de la clase dominante, el establishment político y mediático y el pueblo norteamericano que revela. Una fractura múltiple que, hoy por hoy, parece irreversible.
Si ya la línea Trump y sus políticas de rearme, proteccionismo a ultranza y xenofobia representan de por sí una amenaza para la paz, la democracia y la estabilidad mundial; el pulso feroz y sostenido de golpes y contragolpes (con la justicia, los medios, el mundo hispano o los propios representantes republicanos) anuncian, dure lo que dure la presidencia de Trump, un período preñado de tensiones, parálisis e inestabilidad. Que desde el centro del imperio sólo puede trasladarse, multiplicada, al resto del planeta.
En la base de todo está la fase de agudo declive imperial, que no hace sino acelerarse. Su condición de única superpotencia no le permite ejercer una hegemonía exclusiva que ya no se corresponde con la realidad del mundo actual, la correlación fuerzas surgida tras el fin de la Guerra Fría ni con el nuevo equilibrio de contrapoderes internacionales.
Una situación que genera una aguda división en el seno de la burguesía monopolista yanqui. Por un lado los sectores más dinámicos y competitivos en el plano económico, aquellos que buscan crear un espacio consensuado entre EEUU y sus rivales, un equilibrio estable en el que EEUU como primera potencia ejercería el papel central de árbitro político, una hegemonía indiscutible pero consensuada. Del otro, los sectores que ya apoyaron la línea Bush buscando imponer por la fuerza militar el ejercicio de su hegemonía. Y que ahora, tras los 8 años de Obama, se han radicalizado todavía más con su apuesta por Trump.
Por otro lado, las consecuencias de la crisis económica y el empobrecimiento de amplios sectores de las llamadas clases medias y los trabajadores blancos han provocado una explosión de ira social que están en la base del triunfo de Trump. Apenas un dato, estremecedor, servirá para ilustrar esta situación de desesperanza, frustración y miedo al futuro.
Desde la caída de Lehman Brothers, la llamada “crisis de las drogas” se ha expandido a niveles nunca vistos antes. Las muertes por sobredosis de heroína aumentaron un 267% entre 2010 y 2014, sobre todo entre la clase media blanca. En 2016, las drogas mataron a más gente que los accidentes de coche. En Estados como Pensilvania, Florida, Ohio o Kentucky son una auténtica pandemia. Hasta el punto de que el programa estatal de Virginia Occidental, apenas a 3 horas de Washington, dedicado a la asistencia funeraria para familias con pocos recursos económicos está al borde de la quiebra. En los últimos 9 meses se solicitó el dinero para 1.508 funerales. Hoy sólo quedan fondos para 63 personas más. ¿Cómo no entender la ira y la desesperación de esos sectores votando a Trump “aunque reviente todo”, o precisamente para que todo reviente? Una generación que desde 1945, no es ya que sea la primera que vive peor que sus padres, sino que saben que sus hijos y nietos vivirán peor que ellos.
En la historia de los imperios, es una ley inexorable que la profundización del rearme, la injerencia y el saqueo acompañen a las fases de declive. Desatando dinámicas que, en un vano intento de recomponer un sistema de dominación decadente, no hacen sino acelerar el propio declive.
Como recordábamos recientemente, a principios de los años 70 en una conversación con un dirigente del Tercer Mundo, Mao Tsé Tung auguró: “EEUU es un tigre de papel. No crean en él pues se romperá de una estocada. La Unión Soviética revisionista también es un tigre de papel. Su fuerza está por debajo de su voracidad”. La segunda parte de la predicción ya se cumplió hace 25 años. No sabemos si estamos entrando ahora en un período en el que se haga realidad la primera parte. Pero lo seguro es que, más tarde o temprano, la estocada llegará.
Aunque mientras tanto no es en absoluto descartable que la superpotencia se revuelva como una fiera herida y acorralada, lanzando zarpazos capaces de desatar una situación tan caótica como explosiva e impredecible.