El inevitable incremento del abismo social

¿Acaso es posible un capitalismo «sostenible»?

Frente a las posiciones que establecen la posibilidad de mejorar el capitalismo, limándolo de sus aristas más agresivas e injustas, el inevitable incremento del abismo social -fruto del intercambio necesariamente desigual entre capital y el trabajo asalariado en las relaciones de producción capitalistas- es la máxima expresión del antagonismo del sistema de explotación capitalista. En este punto, el marxismo establece una clara y tajante lí­nea de demarcación con las posiciones y la propaganda de la burguesí­a imperialista sobre el capitalismo como el menos malo de los sistemas posibles porque, a pesar de sus defectos, crea riqueza y la distribuye crecientemente, y con las posiciones socialdemócratas y revisionistas sobre el desarrollo sostenible y una más justa distribución de la riqueza desde el Estado.

Los ropagandistas de Wall Street afirman que el capitalismo, si bien genera algunas desigualdades, es el único sistema que se ha demostrado capaz de generar riqueza y distribuirla progresivamente. Mientras que las distintas familias de la izquierda coinciden en aspirar, sin cuestionar el dominio del capital, a un “desarrollo sostenible” que limite los excesos del “capitalismo salvaje” a través de la acción redistributiva del Estado. Pero la realidad nos muestra que 225 personas poseen tanto como 2.500 habitantes del planeta, o que en España un solo banco, el Santander, controla un capital equivalente al PIB nacional. Datos que lejos de hablarnos de “excesos remediables” del desarrollo capitalista, no hacen sino confirmar lo dicho por Marx hace 150 años: bajo el régimen de producción capitalista no puede esperarse otra cosa que el constante ahondamiento del abismo social entre el capital y el trabajo asalariado. Los defensores del capitalismo tratan por todos los medios de ocultar o enmascarar la explotación. Y para ello han decretado que la plusvalía, aunque sigue existiendo, es ya un concepto obsoleto, válido para el Manchester del siglo XIX pero incapaz de explicar el capitalismo del siglo XXI. Y no es casual que sus ataques se concentren aquí. La plusvalía es la piedra angular del marxismo. La fuerza de trabajo humana se ha transformado en una mercancía. Al comprarla, los propietarios del capital adquieren el derecho a usarla y se adueñan de todos los nuevos valores creados por ella. Pero el obrero produce durante la jornada laboral un “plusproducto”, un “plusvalor”, por encima de lo necesario para reponer su salario, del cual se apropia gratuitamente el capitalista. Esta –la explotación de la fuerza de trabajo- es la única fuente de riqueza bajo el capitalismo. Los multimillonarios beneficios que anualmente presentan grandes bancos y monopolios cristalizan millones de horas de vida y trabajo robadas a la humanidad. Y en la plusvalía –la forma que adopta la explotación capitalista– está la raíz del intercambio desigual entre el capital y el trabajo asalariado, base del inevitable agigantamiento del abismo social: mientras el trabajo asalariado sólo recibe, en forma de salario, medios de vida que consume inmediatamente, el capital se acrecienta permanentemente apropiándose de la riqueza social que genera el trabajo. Algunos sectores de la izquierda nos hablan de la posibilidad de “forzar” al capitalismo hacia un “desarrollo sostenible”, que mejore de las condiciones de vida de la clase obrera y conduzca a una distribución más justa de la riqueza. Pero es precisamente en la situación más favorable para el proletariado –un rápido incremento del capital y una mejora de las condiciones del obrero– cuando más se acrecienta el abismo social entre el capital y el trabajo asalariado. Los ingresos del obrero aumentarán, pero se incrementarán con una rapidez incomparablemente mayor las ganancias del capitalista. La proporción de la riqueza social de que se adueña el capital habrá aumentado, y la que se puede apropiar el obrero disminuirá. La situación material del obrero habrá mejorado, pero a costa de su situación social. Por debajo de la aparente brillantez del crecimiento rápido, el poder del capital sobre el trabajo se ha incrementado, las contradicciones propias del capitalismo se han agudizado, y el abismo social se ha multiplicado. Esto es precisamente lo que ha sucedido en España durante el periodo de crecimiento acontecido en los últimos quince años, y truncado por la crisis. La mejora en el nivel de vida general –inevitable en un periodo de crecimiento– se ha producido a costa de incrementar hasta un grado desconocido el abismo social, multiplicar la injusta distribución de la riqueza social y acrecentar el dominio de la oligarquía financiera sobre el conjunto del pueblo.