No fue una bala perdida. No fue el fuego cruzado. No fue un accidente. Junto a su equipo de Al Jazeera, la periodista palestina Shireen Abu Akleh quedó atrapada bajo un intenso tiroteo durante tres minutos. Ella -claramente ataviada con casco y chaleco antibalas con la palabra PRESS- era el objetivo. Un proyectil de francotirador israelí le alcanzó en la cara, segando así -a sangre fría, con saña- la vida de una de las reporteras más conocidas del mundo árabe, e icono mediático del pueblo palestino.
Durante veinticinco años, Shireen Abu Akleh -de doble nacionalidad, palestina y estadounidense- había sido el rostro y la voz que había narrado al mundo, casi a diario, todo tipo de noticias en los territorios ocupados, todo tipo de crímenes del apartheid israelí. Prácticamente no hay corresponsal en Oriente Medio que no la haya conocido, que no haya conversado con ella, que no haya lamentado su asesinato ni haya ensalzado su amabilidad y profesionalidad.
Como tantas otras veces, el equipo de Abu Akleh había madrugado para cubrir la actualidad. Esta vez era un ataque militar israelí contra el campo de refugiados de Yenín, al norte de la Cisjordania ocupada. Llegaron al lugar, se identificaron como periodistas ante el ejército, y se colocaron en una posición alejada del enfrentamiento entre los soldados y los jóvenes de la resistencia palestina.
«A los pocos segundos de llegar, oímos el primer disparo. Y yo dije, somos nosotros el blanco, nos están disparando a nosotros. Me di la vuelta y vi a Shireen ya en el suelo, y a Shatha gritando e intentando cubrirse detrás de un árbol. Los jóvenes, que estaban en la calle, vinieron donde estábamos nosotros e intentaron sacar a Shireen, pero también les dispararon. A cualquiera que se movía le disparaban”, dice uno de los colegas de Abu Akleh y víctima de los disparos, Mujahed Al-Saadi. «Siguieron disparando durante tres minutos, su intención era asegurarse de que Abu Akleh se desangrara y no pudiera recibir los primeros auxilios. Disparaban sobre cualquiera que intentara acercarse».
Su testimonio coincide con el de Ali al-Samoudi, que también recibió el disparo de un francotirador israelí en la espalda. “Entramos a grabar la operación israelí y acto seguido abrieron fuego contra nosotros. No nos pidieron que nos fuéramos o lo dejáramos, solo empezaron a dispararnos. Una bala me dio a mí y otra a Shireen, y la mataron a sangre fría porque son asesinos. Es así, se especializan en matar palestinos”.
Cuando la noticia del asesinato de la reportera a Al Jazeera dio la vuelta al mundo, la contraversión israelí no tardó en aparecer. Según las autoridades hebreas, a Abu Akleh la habían matado «los propios terroristas palestinos», mostrando un vídeo que supuestamente lo demostraba. Este intento descarado fue rápidamente desacreditado por varios periodistas de verificación y por la organización israelí de Derechos Humanos, B’tselem.
Un asesinato icónico
En una tierra trágicamente habituada a los asesinatos de las fuerzas israelíes -en la misma Yenín, a finales de abril, otro joven palestino de 18 años había sido abatido- la muerte de Abu Akleh ha causado una auténtica conmoción, uniendo como un puño a todo el pueblo palestino. El funeral de la periodista ha sido uno de los más largos y concurridos desde la muerte de Yasser Arafat.
Pero ni siquiera esto fue respetado por las tropas israelíes, que cargaron contra los asistentes al entierro e incluso contra los portadores del féretro, que a punto estuvo de caer al suelo. Pocas horas antes, las fuerzas israelíes también habían irrumpido en el propio domicilio de Abu Akleh, donde familia y amigos velaban su cadáver… para requisar las banderas palestinas, algo al parecer prohibido en el apartheid cisjordano. Las imágenes de la represión han generado todavía más indignación a quienes seguían la marcha en honor a la reportera en todo el mundo árabe.
La ejecución de la periodista de Al Jazeera no es casualidad, ni mucho menos un hecho puntal. La hostilidad del Tsahal hacia los periodistas árabes es manifiesta: las balas del ejército israelí han acabado con la vida de 50 periodistas palestinos durante las dos últimas décadas, y la ejecución de Abu Akleh ocurre casi un año después de la destrucción de la torre Jala, donde se encontraban las oficinas de Al Jazeera en la Franja de Gaza.
Arropados de un manto de total impunidad, en los últimos años los francotiradores israelíes han disparado sistemáticamente contra manifestantes desarmados, contra informadores, y contra médicos y sanitarios claramente identificados. Solo en 2018 -durante las protestas de la Gran Marcha del Retorno en Gaza- las balas israelíes asesinaron a 180 personas e hirieron a más de 6.000 civiles inocentes.