La huelga general del 29-S ha sido, políticamente, un triunfo rotundo. Los hechos hablan por sí mismos y los datos lo confirman. Por más que en sus titulares, tertulias e imágenes los grandes medios de comunicación monopolistas pretendan ocultar, minimizar e incluso presentar el éxito como fracaso, los datos que ellos mismos se ven obligados a reconocer no admiten discusión.
Incluso aunque la cifra de 10 millones de huelguistas dada or los sindicatos, llevados por la exaltación del éxito, pueda estar sobrevalorada, políticamente el éxito de la huelga ha sido rotundo e inapelable. La huelga ha sido masiva y generalizada entre la clase obrera y ampliamente secundada por una parte importante del pueblo trabajador. Los datos del éxito En la industria, base fundamental sobre la que se asienta toda la economía del país, el seguimiento de la huelga ha sido prácticamente total. Del 100% en la minería, del 80% en la industria química, por encima del 70% en el metal, el textil o la construcción, del 60% o más en el sector energético y la madera. El transporte, a excepción de los servicios mínimos, ha permanecido prácticamente paralizado: el marítimo en un 90%, el aéreo y el de transporte de viajeros interurbano en un 85%, el de mercancías por carretera en un 78%. Los grandes mercados de distribución alimentaria y la mayoría de los puertos han parado casi en su totalidad. Entre los trabajadores del sector público, en sectores cualitativos como Correos, la enseñanza pública o la sanidad, el seguimiento de la huelga ha estado por encima del 60%. Excepto en Euskadi, donde la reaccionaria política de los sindicatos nacionalistas de dividir a la clase obrera les llevó a convocar una huelga general en junio y no ahora, el seguimiento en las comunidades autónomas ha sido ampliamente uniforme, desde los máximos de un 80% en Cataluña, Galicia y La Mancha hasta el mínimo de un 65% en Aragón. Si la pasada semana la huelga general convocada por los sindicatos franceses contra la reforma de las pensiones fue calificada como un éxito porque pararon 3 millones de trabajadores, el número de huelguistas en España el 29-S ha más que duplicado esa cifra, pese a tener una población asalariada menor. En 1988, la huelga del 14-D contra Felipe González fue seguida por 8 millones de trabajadores, de un población asalariada total de 10 millones que había entonces. Una paralización total del país. En 2002, la huelga general contra el decretazo de Aznar fue seguida por 4,5 millones de trabajadores, de un total de 13,4 millones de trabajadores asalariados. Un 33,5% del total que sin embargo fue más que suficiente para que Aznar tuviera que retirarlo y hacer dimitir a su ministro de Trabajo. El 29-S, puede calcularse, en una primera aproximación, que entre 6 y 7 millones de trabajadores, de un total de 15,3 millones fueron a la huelga. Entre un 40 y un 45% de trabajadores asalariados del país. ¿Cómo no calificarla de triunfo rotundo? Más que huelguistas Pero no han sido sólo los huelguistas. Uno de los datos más relevantes del 29-S ha sido que hospitales, ambulatorios, mercados y colegios públicos hayan permanecido semivacíos, no por la inasistencia de los trabajadores a los servicios mínimos decretados, sino por la ausencia casi total de usuarios, de compradores o de niños. Lo que expresa cómo distintos sectores sociales del 90% que no participan directamente en la producción (jubilados, amas de casa, consumidores, madres de familia,…) han hecho suyos en parte los objetivos de la huelga y, en la medida que les era posible, han mostrado su simpatía y se han sumado al movimiento de lucha. Al igual que ha ocurrido con el pequeño comercio en las localidades más industriales o de mayor arraigo del movimiento obrero. El cinturón industrial de Barcelona, el Puerto de Sagunto o Vigo, por citar sólo algunos ejemplos significativos, han amanecido con la mayoría de los pequeños comercios cerrados, y no porque ningún piquete “coactivo” les haya obligado a ello. Las manifestaciones que se calcula han agrupado a 1,5 millones de personas en toda España son otra muestra del grado de seguimiento que ha tenido el llamamiento a la jornada de lucha. La opinión generalizada es que desde las grandes movilizaciones contra la guerra de Irak, hace ahora 7 años, no se habían visto manifestaciones tan numerosas ni tan extendidas por toda la geografía nacional. Y, a diferencia de entonces, la clase obrera y el pueblo trabajador –en especial la juventud trabajadora– han sido su columna vertebral. Columna en la que no cabe, ni pueden volver a repetirse, los actos de caos y violencia protagonizados en Barcelona por los llamados movimientos “antisistema” o “anticapitalista”, que no sirven más que para hacerle el juego a la reacción. Negar la evidenciaLas fuerzas de la oligarquía y el imperialismo, desde el gobierno hasta las fuerzas parlamentarias pasando por los grandes medios de comunicación, están tratando de ocultar, minimizar o negar el éxito rotundo del 29-S. Llegando a extremos tan ridículos como que los mismos medios que al día siguiente de la huelga general contra el decretazo de Aznar afirmaban que no había habido ninguna huelga, hoy digan que aquello si que fue una huelga y no la de ayer. Creer en la neutralidad de sus análisis o en la “objetividad” de sus valoraciones es lo mismo que creer en la imparcialidad del presidente de la CEOE, Díaz Ferrán, cuando habla de los salarios que deben cobrar los trabajadores. Antes del 29-S han actuado como un violento piquete antihuelga para tratar de que fracasara (amenazas de despido, virulentas campañas de ataque y de desprestigio de sindicatos y sindicalistas,..), y tras él continúan militarizados para tratar de confundir a la opinión pública y extraviar a la población. Es lógico que actúen de esta manera. porque lo que ha ocurrido el 29-S es que la primera vez que la gente ha podido expresarse abiertamente y de forma generalizada sobre la política impuesta por Washington y Berlín y ejecutada por Zapatero, lo ha hecho de una forma tajante, rotunda y sin medias tintas. Lo que ha emergido el 29-S es el profundo malestar e indignación, el amplísimo rechazo popular a sus medidas, y la enorme voluntad y capacidad de lucha que existe entre amplísimos sectores de la población. Un caudal de malestar, indignación y rechazo que ya sabíamos que existía, pero que el 29-S ha hecho visible para todo el país y al que, además, ha brindado la posibilidad de luchar por abrir un cauce a través del cual poder expresarse. El 29-S ha puesto de manifiesto la enorme brecha que existe entre una superestructura política absolutamente servil y plegada a los intereses de la oligarquía y el imperialismo, y una parte importante de la población que no está dispuesta a someterse a sus virulentos ataques. El 29-S ha hecho visible a ojos de millones de personas la fuerza que tiene el pueblo cuando se une y lucha por defender sus intereses. Si hace 6 meses, la llamada de Obama, las presiones de Merkel y las exigencias del FMI forzaron al gobierno a lanzar un ataque masivo contra los intereses del 90% de la población, el 29-S significa, objetivamente, la aparición en la escena política de un protagonista hasta ahora ausente: la respuesta de las fuerzas populares a los ataques de los enemigos crea una nueva situación, abre una nueva etapa en la batalla, en la que a la oligarquía y el imperialismo no les va a ser tan fácil como hasta ahora seguir llevando adelante sus planes, ni hacerlo al ritmo al que lo han hecho hasta hoy. Persistir en lo bueno Sin embargo, como ha anunciado hoy la ministra de Economía, “habrá más austeridad y más reformas”. Es decir, más de lo mismo. No piensan detenerse en sus planes de ataques, robo y saqueo sobre la población. Quieren más y ahora van a por las pensiones, a por la sanidad pública, a por los salarios,… Pero deberían tener en cuenta aquel viejo y sabio refrán español: la avaricia rompe el saco. Son ellos los que llevados de su voracidad han creado las condiciones de unidad rotunda que se ha hecho patente el 29-S. Ese es el principal valor y la principal enseñanza del 29-S. Cuando el pueblo se une, todo es posible. Una unidad que se ha expresado de muchas formas y a la que modestamente hemos contribuido con nuestro trabajo. Persistiendo en todo momento y lugar en la línea de unir al 90%. La unidad expresada por el Manifiesto, en que han podido unirse en torno a una misma alternativa de redistribución, ahorro e inversión, desde cientos de dirigentes de todos los sindicatos, cientos de intelectuales, artistas y profesionales, miles de ciudadanos y organizaciones de todo tipo. Unidad expresada desde el mismo momento de la convocatoria de la huelga por las concentraciones de los viernes, que han hecho posible en más 50 puntos la unidad de distintos sectores sociales en torno a un mismo objetivo. La unidad el mismo día de la huelga, cuando conseguimos en algunas localidades organizar manifestaciones unitarias de gran éxito de asistencia y repercusión popular en lugar de acudir a la manifestación de la capita de provincia. El rotundo triunfo global del 29-S y cada uno de los éxitos locales en la movilización han tenido como base la unidad. Cuanto más se difunde, se extiende y avanza la línea de unir al 90%, más y mejores condiciones para la lucha. Gestionar la fuerza acumulada ¿De qué manera y hacia dónde hay que gestionar ahora el capital de fuerza acumulada por el 29-S? En primer lugar aprendiendo de los errores cometidos y rectificándolos. La batalla en la que estamos es una batalla de largo alcance y a largo plazo en la que está implicado el 90% de la población. Esta es nuestra mayor fortaleza y su mayor debilidad. Y aunque el 29-S ha dado algunos pasos correctos en esa dirección, son todavía insuficientes, muy insuficientes. El escaso seguimiento de la huelga entre los autónomos, amplios sectores de trabajadores del sector servicios o el clima de hostilidad contra la huelga que han conseguido crear entre pequeños y medianos empresarios son otros tantos puntos débiles en los que se apoya el enemigo para dividir las filas del pueblo y avanzar en su planes. La clase obrera y la mayoría del pueblo trabajador han mostrado el 29-S su rechazo y su voluntad de lucha. Esto es fundamental, importantísimo, decisivo. Pero todavía no es suficiente. El frente de batalla de las filas de pueblo tiene que ampliarse aún muchísimo más, incorporando a la lucha a todos esos sectores cuyos intereses, objetivamente, están junto los del resto del 90% de la población y no con los de Obama, Merkel, Botín, Zapatero o Rajoy. La próxima etapa de la batalla que ya está puesta sobre la mesa es la de la reforma de las pensiones. Y en ella tenemos una oportunidad mucho mayor que con la reforma laboral de construir un frente de rechazo y de lucha mucho más amplio, puesto que es algo que afecta directamente a prácticamente todas las clases y sectores no monopolistas. Ante las direcciones de los sindicatos se abre una encrucijada. O ceder a los cantos de sirena del diálogo y la moderación que desde el gobierno ya les están lanzando, o mantenerse firmes en el rechazo a sus planes. Y lo que la experiencia del 29-S ha demostrado es que el grado de firmeza y radicalidad de las cúpulas sindicales no depende tanto de ellas mismas, como del grado de combatividad, consecuencia y radicalización –y por lo tanto de presión política y social– que el movimiento obrero y popular seamos capaces de desplegar por la base. El éxito de la respuesta obrera y popular ha confirmado que el 29-S no acababa nada, sino que era el principio de todo. Al poner de manifiesto el enorme caudal de energía y de lucha que existe entre el pueblo español, el 29-S ha creado muchísimas mejores condiciones para difundir y extender una alternativa basada en la redistribución de la riqueza. Nuevas y más favorables condiciones para dar conciencia, unir y organizar al 90% de la población en torno a esa alternativa. La batalla no ha hecho más que empezar. Y el 29-S nos ha dado más y mejores armas para afrontarla con éxito.