Cada 14 de abril todos los progresistas y revolucionarios celebramos la memoria de la II República española, el periodo de nuestra historia en el que más avanzaron los intereses populares, y cerca se estuvo de construir una alternativa de progreso, libertad, cultura y bienestar para la inmensa mayoría de la población, sacudiendo el ominoso yugo de la dominación de la oligarquía financiera y terrateniente y las potencias imperialistas sobre nuestro país.
Pero la II República tiene luces y sombras. En ella eclosionó un movimiento obrero y popular con una fuerza inusitada, y florecieron movimientos culturales como la generación del 27 o la Institución Libre de Enseñanza. Pero nació como una república burguesa, apadrinada por sectores conservadores, y sus breves años incluyen el llamado “bienio negro” en la que la reacción tomó las riendas.
¿Por qué la II República tomó los derroteros transformadores y revolucionarios que hacen que, muchas décadas después, sigamos celebrándola y añorándola?
.
¿Cómo y por qué nace la II República?
El aumento de la conciencia y organización popular, junto al crecimiento de las fuerzas revolucionarias y su mayor influencia, va a impulsar las mejores y más avanzadas conquistas durante la II República, culminadas con el triunfo del Frente Popular en 1936.
España vive durante los años veinte y treinta del siglo XX una situación excepcional.
La debilidad tras la Iª Guerra Mundial de Inglaterra y Francia, las potencias que habían impuesto un férreo yugo sobre nuestro país, permite un grado de autonomía desconocido. Que hace posible el desarrollo de un proyecto como el representado por el régimen de Primo de Rivera, un intento de desarrollar un capitalismo autónomo, que se enfrenta a los intereses de las principales potencias y al lugar marginal al que habían relegado a España.
La defenestración de Primo de Rivera, impuesta por las presiones encabezadas por Londres, no acaba con el relativo desconcierto tanto de Inglaterra y Francia como de la propia oligarquía española, sin capacidad para ofrecer un recambio sólido.
Pero no estaba escrito que estas condiciones iban a desembocar, pocos meses después, en la proclamación de la IIª República. En el desarrollo de los acontecimientos va a influir una vez más y de forma decisiva la lucha y movilización popular.
El movimiento obrero se va a convertir, con diferencia, en la mayor fuerza política organizada del país. Entre UGT y CNT suman más de 2 millones de afiliados, encuadrando en sus filas al 30% de todos los trabajadores.
A lo largo de 1930 se produce un vertiginoso aumento de la movilización obrera, ya presidida por consignas antimonárquicas. El número de huelguistas pasa de 50.000 en septiembre a 650.000 en noviembre. En septiembre de 1930 tuvieron lugar huelgas generales, en Barcelona, Sevilla, Bilbao y Madrid. En octubre estalló otra vez en Bilbao una huelga general de abierta factura política, mientras una ola de huelgas recorría casi todo el país.
Es en estas condiciones en las que se constituye el Pacto de San Sebastián, con un Comité Revolucionario, agrupando en torno a la implantación de la República desde los liberal-monárquicos opuestos a la continuidad del régimen hasta socialistas, republicanos o nacionalistas catalanes.
El “Comité Revolucionario” fija el 15 de diciembre como fecha para un golpe militar que debe ir acompañado de una huelga general convocada por el PSOE y la UGT. Los militares se sublevan en Jaca y las clases populares vuelven a movilizarse. En Santander, los obreros lograron apoderarse de algunas armas y sostuvieron luchas en la calle, en Bilbao estalló una huelga general, en San Sebastián los obreros asaltan el Gobierno Civil… Pero ni el PSOE convoca la huelga general, ni el “Comité Revolucionario” presta apoyo a los militares sublevados que posteriormente serán fusilados. Otra vez las masas han demostrado su disposición a la movilización y la lucha.
Será esta capacidad de movilización popular, la que convierta el 14 de abril de 1931, unas anodinas elecciones municipales, en la proclamación de la IIª República.
La clase obrera se moviliza en las urnas, y en las principales ciudades las candidaturas monárquicas se reducen al 27% de los votos, mientras las republicanas arrasan. Inmediatamente, la República es proclamada en Eibar, Barcelona o San Sebastián, y una multitud toma la madrileña Puerta del Sol. Ni los círculos oligárquicos, ni los principales aparatos del Estado, están dispuestos a seguir respaldando a la monarquía.
Pero ni siquiera en estas circunstancias está garantizado que la República se convierta en un régimen al servicio de los intereses populares.
Las condiciones son excepcionales, con un importante giro a la izquierda. Si en las elecciones del 14 de abril el voto a las candidaturas socialistas era solo 15% del obtenido por las republicanas, tres meses después, en los comicios a las Cortes Constituyentes están prácticamente a la par. El PSOE es la principal minoría de las nuevas Cortes, con 117 diputados… pero decide entregar la dirección del gobierno a los partidos republicanos. Estos imponen una auténtica regresión, colocando en el centro de la vida política la cuestión religiosa, lo que divide a la población y entrega amplios sectores a la reacción, paralizan o posponen sine die las transformaciones económicas y sociales que la mayoría del pueblo exige, o permiten la continuidad de la represión contra el movimiento obrero, ejemplificada en la matanza de Casas Viejas, donde la guardia civil acribilla dentro de sus casas a una indefensa familia de jornaleros de la CNT.
El resultado será el triunfo en 1933 de las candidaturas de la CEDA (Confederación de Derechas Autónomas), representante de los sectores oligárquicos más reaccionarios y con un programa filofascista.
¿Cómo se pudo pasar de este auténtico desastre al triunfo del Frente Popular tres años después?
Solo es posible explicarlo desde un acontecimiento tan desconocido como crucial. En 1932, el IV Congreso del PCE rompe con el sectarismo y el oportunismo que habían caracterizado su actuación desde su fundación en 1921. Una nueva dirección, encabezada por José Díaz y Pasionaria, y las posiciones que va a ir tomando, permitirá al PCE pasar de ser un pequeño partido alejado de las masas a convertirse en su fuerza dirigente. El punto de inflexión se produce en la Revolución de Asturias de 1934.
Ante la entrada de la CEDA en el gobierno -principio de una deriva fascista que se está produciendo en Alemania, Austria, Italia…- se convoca una Huelga General Revolucionaria. Mal planteada, peor organizada y nefastamente dirigida por el PSOE, es sofocada rápidamente por el gobierno en las principales ciudades.
Solo triunfa en Asturias, donde la unidad de las fuerzas obreras, desde PSOE y UGT a CNT y PCE se organiza en la Unión de Hermanos Proletarios (UHP). Los obreros instauran durante dos semanas un gobierno obrero al modo de la Comuna de París, organizan la producción, la distribución de alimentos, garantizan el orden público para evitar desmanes, imprimen vales sellados por los comités revolucionarios en sustitución de la moneda… La represión, a manos de las fuerzas de choque africanistas ya comandadas por Franco, es salvaje: 2.000 asesinados, 40.000 obreros encarcelados.
La posición tomada por el PCE permite convertir esta derrota en un éxito histórico. Frente a socialistas y republicanos, los comunistas asumirán públicamente la defensa de la revolución, a pesar de que ello les cueste volver a la ilegalidad. Y encabezan una gigantesca campaña dirigida a golpear en el punto más débil del enemigo: la indignación ante la feroz represión desatada. La solidaridad con los presos, algunos de ellos condenados a muerte, se convierte en la exigencia de amnistía. Su enorme repercusión, nacional e internacional, obliga al presidente de la República a conmutar las penas de muerte por cadenas perpetuas, y a destituir a los generales africanistas. Provocando la caída del gobierno de la CEDA y la convocatoria de elecciones.
En pocos meses la correlación de fuerzas política en el país -que anunciaba tras el fracaso de octubre un repliegue revolucionario- cambia por completo y es favorable a las fuerzas populares.
El capital político acumulado por el PCE gracias a su actuación es enorme, y la afluencia de nuevos militantes y simpatizantes se multiplica. Este peso y el nuevo papel que pasa a jugar el PCE suponen un cambio cualitativo en el movimiento obrero. El fortalecimiento y la influencia, a través del PCE, de una línea revolucionaria en la clase obrera –también en las bases socialistas o anarquistas- abre el protagonismo de un proletariado revolucionario consciente, organizado y con un programa de clase.
Es la movilización popular, encabezada por la clase obrera, la que impone la formación del Frente Popular. Bajo el impulso del PCE, el proletariado organiza la unidad con comités locales y provinciales de las Alianzas Obreras y Campesinas. Ampliando la unidad entre comunistas y socialistas a todos los terrenos: lucha por la amnistía, sindicatos, movimientos reivindicativos…Ni los obstáculos del ala más reformista del PSOE ni las de los dirigentes conservadores del republicanismo podrán impedir la firma, en enero del 36, del “Pacto del Bloque Popular”.
El Frente Popular no se reduce a una coalición electoral. El PCE organiza Comités del Bloque Popular en toda España que buscaban “la promoción de la clase obrera a un lugar cada vez más destacado en la vida nacional”. Extendiendo un movimiento de masas para garantizar la aplicación del programa del Frente Popular y luchar contra el peligro de golpe fascista, bajo la consigna de “Ni una aldea sin Frente Popular” que se hace realidad hasta en los barrios y pueblos más pequeños.
Al contrario de lo que ocurrió en 1931, en febrero de 1936 el proletariado no va a supeditar su programa y actuación a las organizaciones pequeño burguesas republicanas. Nada más conocerse el triunfo electoral del Frente Popular, una masiva movilización impone la formación de un gobierno de izquierdas. Y las masas toman en sus manos la realización inmediata de algunas de sus demandas más sentidas: los jornaleros ocupan las tierras, y los obreros exigen la readmisión de los trabajadores despedidos por su actividad revolucionaria y el pago de todos los sueldos desde su expulsión.
El golpe fascista y la guerra nacional-revolucionaria
La respuesta de las masas populares al golpe fascista va a permitir, entre 1936 y 1939, desarrollar todas las transformaciones revolucionarias anheladas por el pueblo al instaurar la II República, frente a la furibunda reacción de la oligarquía española y a un cerco conjunto de todas las potencias imperialistas.
El golpe militar del 18 de julio de 1936 está impulsado por los principales nódulos oligárquicos que se dedican a prepararlo inmediatamente después del triunfo del Frente Popular, está amparado por las potencias nazifascistas de Alemania e Italia, y financiado desde la “democrática” City londinense.
Está diseñado, como los pronunciamientos del siglo XIX, para triunfar en unos pocos días o semanas. Pero España ya no es el mismo país que antes. La fuerza del movimiento obrero y los partidos revolucionarios, y la actuación del pueblo, encabezado por la clase obrera, da un drástico giro a la situación.
Nada más conocerse las primeras noticias del golpe, y ante la inacción de las autoridades republicanas, la clase obrera y el pueblo se lanza heroicamente a la lucha. Desde el asalto al Cuartel de la Montaña en Madrid al cerco del Castillo de Montjuic en Barcelona, la rápida, heroica y contundente respuesta de los trabajadores, exigiendo armas al gobierno, pero lanzándose incluso sin ellas contra los golpistas, es el factor decisivo que hace fracasar un alzamiento diseñado originalmente para tomar el poder en pocos días. Solo la intervención de Berlín y Roma impiden que el alzamiento sea barrido por el empuje popular, transformándose en una guerra prolongada.
El fracaso del golpe, y sobre todo la forma en que ha sucedido, impone un cambio trascendental: en la España republicana es el proletariado quien en los hechos ostenta el poder. Toda la sociedad reconoce, porque así ha quedado demostrado, que a la clase obrera le corresponde el papel principal y dirigente de la lucha contra el fascismo. Todas las organizaciones obreras están armadas, y constituyen el verdadero poder que al mismo tiempo que dirige la resistencia contra el fascismo, toma en los hechos la dirección y la organización militar, política, económica y social del país. En las fábricas, en el frente, en las instituciones… en todas partes, a pesar de mantenerse el gobierno republicano bajo la forma parlamentaria burguesa, son las milicias obreras quienes imponen las condiciones.
Inmediatamente comienzan las transformaciones revolucionarias en la zona republicana: nacionalización de la banca, reforma agraria, control obrero de la producción en la gran industria, nuevos tribunales populares de justicia, plena igualdad para la mujer, extensión de la instrucción a todos los sectores populares, jóvenes o mayores, milicias populares armadas, formación de comités revolucionarios como órganos del nuevo poder popular para reprimir a los contrarrevolucionarios, dar satisfacción a las demandas fundamentales del pueblo y acometer las transformaciones que las masas habían demandado con la victoria republicana del 14 de abril, y que los 5 años de dirección de la pequeña y mediana burguesía habían impedido hacer realidad.
Esta es la línea impulsada conscientemente por las organizaciones revolucionarias. En diciembre de 1936, el Comité Central del PCE, en el documento “Las ocho condiciones de la victoria”, exige el control obrero sobre la producción, actuando de acuerdo con el plan trazado por el Consejo Coordinador; el fomento de la producción agrícola, de acuerdo con los representantes de las organizaciones campesinas, partidos y organizaciones del Frente Popular; o la nacionalización y reorganización de las industrias básicas.
El embajador británico es plenamente consciente de ello, y así se lo comunica a Londres: “De un lado están actuando las fuerzas militares y de otro se les opone un Soviet virtual (…) si el gobierno triunfa y aplasta la rebelión militar, España se precipitará en el caos de alguna forma de bolchevismo”.
La paralización del golpe del 18 de julio por la movilización popular, el creciente protagonismo de la clase obrera, y de un PCE que multiplica sus fuerzas y su influencia, es no sólo una amenaza para la oligarquía, sino también, y sobre todo, para las potencias imperialistas dominantes en España. Por eso no solo la Alemania hitleriana y la Italia mussoliniana, sino todos los imperialismos, sin excepción, desde Inglaterra y Francia a EEUU, van a intervenir activamente respaldando al ejército franquista.
La clave: un partido revolucionario del proletariado
La línea y la dirección de un partido revolucionario del proletariado, el PCE de José Díaz y Pasionaria, es la clave que permite al pueblo español escribir una página heroica enfrentándose al fascismo, la oligarquía y el imperialismo.
El PCE de José Díaz y Pasionaria es la fuerza que en el seno del movimiento obrero español va a dar una justa respuesta teórica y práctica a la cuestión capital que los hechos ponen en primer plano tras el 18 de julio de 1936: cómo ganar la guerra haciendo la revolución. Estableciendo una justa línea que permitió unir a amplios sectores populares y antifascistas, e hizo posible que se expresara la inagotable energía revolucionaria de nuestro pueblo.
El PCE jamás habló de “Guerra Civil”. Bajo esa interesada denominación se esconde, por un lado, la visión de “una confrontación fratricida”, y por otro la de “una pugna entre el pueblo y las élites internas más reaccionarias”. Ambas son falsas. Por el contrario, el PCE va a establecer correctamente que se trata de una Guerra Nacional Revolucionaria. Nacional porque defiende la independencia de España frente al imperialismo. Revolucionaria porque dirige su filo contra el dominio de la oligarquía.
La línea impulsada por el PCE aborda dos cuestiones claves, que el pensamiento dominante en la izquierda ha enterrado:
Primero. Rompe con la histórica ceguera a la que había estado condenado desde sus orígenes el movimiento obrero, incapaz de comprender el papel del imperialismo en España como el principal explotador y opresor de nuestro pueblo.
Segundo. Parte firmemente de la necesidad de defender y fortalecer la libre unidad del pueblo de las nacionalidades y regiones de España, calificando los intentos de división como una traición al servicio de los enemigos del pueblo.
En enero de 1937, el Comité Central del PCE ya establece que estamos ante “una guerra en la que intervienen en contra de nuestro pueblo, del brazo de los facciosos, fuerzas armadas extranjeras”. Y que por tanto “se ha transformado en una guerra por la independencia de España”.
Frente a limitar la lucha “contra el ejército franquista”, Vicente Uribe, dirigente y ministro comunista, señala que “muy pronto se manifestó, y se hizo evidente para todo el mundo, que los generales traidores Franco, Mola, Sanjurjo y compañía, no son sino agentes ejecutores de los planes político-militares del imperialismo fascista italo-alemán”. Mientras Pasionaria denunciaba también la intervención de las “potencias democráticas”: “ni el capitalismo inglés ni la burguesía francesa deseaban el triunfo de la España popular por múltiples razones, entre otras por su constante enemiga hacia España, a la que necesitaban pobre y atrasada para imponerle tratados ominosos y pactos leoninos”.
Al mismo tiempo el PCE va a revolver, desde esta línea revolucionaria, el aparentemente irresoluble y endémico problema de las nacionalidades. Situando que “la solución acertada de las reivindicaciones democráticas y parciales de las distintas nacionalidades” solo puede alcanzarse desde “la lucha general de todos los pueblos españoles para restaurar y consolidar la independencia e integridad de la Patria”. Y tomando, desde los intereses de la clase obrera y el pueblo, una firme posición en defensa de la unidad: “Al mismo tiempo que los más consecuentes internacionalistas somos los más fieles luchadores y defensores de la República española; los más entusiastas defensores de la Patria española; los más fieles ardientes patriotas de la España democrática; los más decididos enemigos de toda tendencia separatista; los más convencidos partidarios de la Unidad Nacional, del Frente Popular, de la Unidad popular”.
Esta línea justa, estableciendo correctamente el carácter nacional y democrático de la revolución que se está desarrollando en España, permitirá que el PCE se convierta en la columna vertebral, ideológica, política y militar, de la lucha contra el fascismo. Pero no hubiera sido posible sin un incansable trabajo de organización, del partido y del pueblo, y sin el ejemplo de miles de cuadros y militantes comunistas que se colocan en primera línea.
Entre julio del 36 y enero del 37, el PCE multiplica sus fuerzas por 10. Entre enero y agosto de ese mismo año, por 50. Ejerce la dirección política en el gobierno de Frente Popular. Mandos comunistas, surgidos muchas veces de la clase obrera o el campesinado, están al frente de las mejores unidades del ejército, y al mismo tiempo numerosos oficiales profesionales republicanos se afiliarán al PCE, en el que ven la única fuerza capaz de derrotar al ejército franquista. La juventud revolucionaria (“la flor más roja del pueblo”, como dice la canción del Quinto Regimiento) se adhiere de forma entusiasta y total al Partido Comunista. Amplios sectores de la pequeña burguesía ven en los comunistas la única fuerza capaz de defender sus intereses. La intelectualidad revolucionaria y progresista milita en sus filas o simpatiza con el PCE, y en torno a ellos se crea un nuevo patriotismo popular y revolucionario, en el que la lucha por la independencia de España frente al imperialismo se convierte en el centro neurálgico y catalizador de la voluntad de lucha y resistencia del pueblo.