Aun esperando al gran público, Silvia Pérez Cruz se ha convertido ya en una de las mejores voces y una prometedora compositora
Hace ya casi un año de la salida al mercado de “11 de noviembre” y pese a que su evolución no ha sido todo lo explosiva que debería, Silvia Pérez promete atreverse a seguir desbrozando los caminos de la Cataluña mestiza. En plena efervescencia del panorama musical catalán, los artistas parecen no entender el idioma en el que hablan las voces de la omertá.
Un trabajo mimado al detalle, una delicia acunada entre el jazz, el flamenco y el mestizaje. Silvia emociona con su voz y sorprende al frente de los arreglos, coqueteando con la canÇó catalana, el fado, la bossanova y todas sus lenguas. Un camino sembrado de miguitas de pan, desde su Calella de Palafrugell natal hasta la Galicia originaria de su ascendencia paterna, recorriendo la costa atlántica peninsular por Portugal y Andalucía hasta Cádiz, y cruzando el charco hasta llegar a Río de Janeiro. Unas migas de pan que, al querer retroceder, se han comido los pájaros y no tiene vuelta atrás. Nadie adivinaría de dónde eres y a dónde vas.
“Diluvio Universal”, comienza como un canto de saudade que se aflamenca y culmina con una famosa alegría; “Días de paso”, con sus aires de bossa salpicada de jazz vocal; “Meu meniño”, un quejío de martinete que antecede a una canción tradicional galega que cantaba su padre; “Folegandros”, con aires de fado y arreglos corales; y un carnaval romántico, a lo “Orfeo negro”, a lo “O meu amor é Glòria” (cuyo objeto no es otro que el de homenajear a su madre y su hermana, ambas Glòrias); o el folklore intimista y orquestado de “Iglesias” y “Pare meu”.
Tras destacar al frente del grupo femenino Las Migas, con las que trabajó durante más de seis años, y publicó el magnífico “Reinas del matute” abandonó el grupo en el 2011 para dedicarse a la composición, producción y grabación de su primer disco en solitario.
Silvia Pérez Cruz llevaba tiempo escribiendo sus propias canciones, pero no fue hasta la muerte de su padre que se decidió a dar el paso, y así lo certifica el disco, un auténtico homenaje de amor a su padre, quien la introdujo desde pequeña en la música, descubrió su portentosa voz y la animó a labrarse una carrera. 11 de noviembre es el día del cumpleaños de Silvia. Un par de días antes murió su padre.
El amor y la pena tejen los bordes de este álbum durante 50 minutos en los que transcurre este homenaje, expresados por la portentosa voz de Silvia, que seduce y conduce por cada uno de los temas con extremada dulzura, mostrando, cuando es necesario, su poder demoledor, dejando a quien escucha al borde de la congoja y el llanto, logrando arrastrar a su terreno emocional, como ocurre en “Folegandros”, en “Iglesia” (cuando entona esas frases de “Moon River”), en la descarnada “Não sei” o en la sencilla “Memoria de pez”.