EL OBSERVATORIO

Carlos Fonseca: Museo animal

La segunda novela de Carlos Fonseca (San José, Costa Rica, 1987) es un tour de force narrativo que recuerda al gran Bolaño

En un mundo filibustero en el que la faja de todo libro que se precie anuncia una nueva obra maestra y una «lectura imprescindible», es muy difícil hacer llegar al lector el aviso de que, en realidad, sí hay algo nuevo que merece la pena leer. Tantas veces el lector ha sido ya advertido de que viene el lobo, y luego lo que ha llegado es una decepción, que cómo va a creerse que ahora sí debe apostar con tal o cual libro.

Pero no hay otro remedio que seguir apelando a la ingenuidad cómplice del lector. Y esta apelación tiene hoy un nombre que al menos quien escribe tiene la certeza de que no va a defraudar. La seguridad de que no estoy vendiendo humo.

El runrún de que ya ha saltado al escenario una nueva generación literaria en lengua española es un motivo especial de placer y, en cierta forma, de orgullo. La literatura no solo no ha muerto, sino que sigue vive y llama a la puerta con una fuerza renovada.

Si en la entrega anterior de este Observatorio llamábamos la atención sobre la escritora mexicana, residente en Nueva York, Valeria Luiselli, hoy vamos a hacerlo con el escritor costarricense Carlos Fonseca, nacido en San José en 1987, criado en Puerto Rico, alumno destacado de Ricardo Piglia en la Universidad de Princeton (EEUU) y, en la actualidad, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Cambridge.

Carlos Fonseca se dio a conocer con solo 28 años publicando en Anagrama en 2015 su primera novela: Coronel Lágrimas, que la crítica recibió con entusiasmo y dejó el buen sabor de boca de un debut enormemente prometedor. Historia de historias, caleidoscopio narrativo, indagación en las zonas más sombrías de la historia, el libro revelaba a un autor que va a por todas, o como señalaba un crítico, «que va a por la gran novela latinoamericana desde el primer asalto».

Solo dos años después de ese exitoso debut, Fonseca volvía al escenario esta vez con un verdadero novelón: 432 páginas de un inmenso collage narrativo, integrado por cinco libros vinculados que recomponen y construyen un solo, complicado, vistoso y magnífico puzle: Museo animal (Anagrama, 2017).

Como reconoce el propio autor, Museo animal es una novela escrita en relación inmediata con las lecturas que lo marcaron: Faulkner, Sebald, Bolaño, Piglia, DeLillo… «Tengo tres tradiciones que me gustan y me influyen”, reconoce Fonseca. “La primera sería la faulkneriana: de Rulfo a Onetti, de Saer a Cormac McCarthy. La segunda es la borgeana: de Piglia a Don DeLillo, pasando por autores como Perec y Sebald. La tercera sería la tradición de ensayos y de arte, de la cual intento nutrirme siempre en busca de ideas. Me gusta mucho, en este sentido, la definición que da Don DeLillo sobre la literatura: ‘La literatura es una forma concentrada del pensamiento’”.«Fonseca imagina el mundo al margen de lo que la sociedad impone»

Esta nueva novela está construida como una polifonía de voces y estilos: «La única manera de escribir una novela extensa era cambiando constantemente de estilos, escribiendo una novela que fuese a su vez muchas novelitas, para no aburrir al lector. Imagino, entonces, que el estilo de cada una de las cinco partes es una suerte de homenaje a los escritores que me han marcado. Como dice Enrique Vila-Matas: no hay voz propia, solo ventriloquia. No hay identidad, solo máscara».

El carácter de caleidoscopio, collage o mosaico del texto tiene su origen y su fundamento, para Fonseca, en el hecho de que «nuestro presente también es caleidoscópico, en el sentido de que –más que producir nuevo material– lo que hacemos en el día a día es recontextualizar materiales, crear collages o mosaicos. La fragmentación de las novelas actuales solo refleja esa nueva relación que tenemos con la información. Por otra parte, creo que el caleidoscopio como forma nos permite narrar, dentro de una historia, muchísimas historias paralelas; descubrir los mundos que cohabitan dentro del mundo». «Me gusta pensar -afirma el autor costarricense- que el mundo en el que vivimos es algo así: un gran archivo o museo que hemos heredado y con cuyas piezas tenemos que imaginar un mundo distinto».

Museo animal intenta explorar distintas formas de lo real mediante las políticas del camuflaje, del anonimato, de la máscara, del mímesis animal. Es, además, una novela sobre los límites políticos del arte, por un lado, y a la vez, una novela sobre la relación entre el hombre y la naturaleza.

”La pieza central en el mosaico”, afirma Fonseca, “sería la máscara del subcomandante Marcos. Alrededor de ella, en cinco pequeñas novelas que forman las cinco partes de la novela, se teje una trama familiar que recorre desde la década de los años 50 hasta el presente. Es una novela en donde, finalmente, me decido a narrar desde mis dos patrias: una de las cinco partes ocurre en Costa Rica y dos en Puerto Rico. Las otras dos ocurren en Estados Unidos. Las novelas, sin embargo, siempre tienen mil costados desde donde verlas: alguien podría decir que es una novela sobre las fantasías políticas que el extranjero proyecta sobre América Latina».

Novela-archivo de múltiples capas, artefacto literario-artístico que se escribe entre lo conocido y lo desconocido, Museo animal es también un ensayo de ideas sobre el arte, especialmente sobre el arte de escapar, de desaparecer, de devorarse a uno mismo para ser de pronto otro, de dejar de ser para ser anónimo… Esta novela es la historia de un desvío, una forma de experimentar con la vida e imaginar el mundo al margen de lo que la sociedad impone.«La literatura latinoamericana anda en un gran momento»

Todos los protagonistas de Museo animal buscan una línea de fuga, una forma de ser otros. Buscan, en fin, escapar de sus miedos apostando por el abismo de lo anónimo. En ese sentido, encuentran esa pulsión de anonimato en el reino animal: en la mantis religiosa, en las mariposas… en ese mundo que encuentra en el camuflaje una suerte de poesía interna, un ritmo a través del cual poder escapar dentro de sí mismo. «Creo que me interesan los proyectos conceptuales de esos personajes precisamente porque son los únicos que se atreven a llevar a la razón hasta el límite, hasta ese punto en el que la catedral racional colapsa y muestra sus aristas», dice Fonseca. Llevarlos hasta el fin.

¿Y después del fin? «Esa sería la pregunta. Creo que mi generación heredó una serie de falsos finales: el final del siglo y del milenio, el final de la historia según lo pronosticó Fukuyama, el final de la literatura y de la novela, el final del mundo según se encargaban de subrayar todos los medios sensacionalistas. Somos una generación que ha crecido después del fin. La pregunta, entonces, sería: ¿qué ficciones podemos narrar después del fin? En Museo animal, de alguna manera, intenté desarticular esas ficciones del fin. Mostrar, siguiendo a Kafka, que al final del trayecto no se encuentra la iluminación de la meta sino un falso espejismo en el que se retrata el malestar de nuestra cultura».

Fonseca cree «que la literatura latinoamericana anda en un gran momento. Luego del éxito de Roberto Bolaño, creo que el mercado internacional vuelve a mirar hacia América Latina como un lugar de vanguardia, mucho más allá de los estereotipos del realismo mágico, bajo los cuales había sido encasillada. Junto a esta mirada y a ese interés internacional, se desarrolla cierta experimentación estilística, que va acompañada de un hecho, en cierta medida lamentable, pero, a mi entender, muy productivo: la literatura no vende ya como antes y, precisamente por eso, se puede dar el lujo de innovar libremente. Nunca antes la novela ha estado tan libre de las presiones comerciales como lo está hoy».

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