México: Todo por decidir

México se ha instalado sobre una ruleta rusa. Cada elección, cada decisión importante parecen poner en juego el destino de un país que sigue siendo clave en el mapa político de una América atada a las inclemencias del nuevo Emperador. Sometido a las ingentes presiones de EEUU, devorado por sus conflictos internos, y sin asumir una posición clara frente a los desafíos globales del mundo hispano, México se enfila ya a unas nuevas elecciones presidenciales con todo por decidir.

Si hace un año todo el país vivía conmocionado por la elección de Trump y las consecuencias temibles que anunciaba la llegada de un presidente que en su campaña electoral había insultado a todos los mexicanos, que prometía levantar un muro infranqueable en la frontera entre los dos países y que anunciaba la ruptura inmediata del Tratado de Libre Comercio y la vuelta de las empresas americanas instaladas en México a EEUU, pasado ese año de ansiedad, miedo y estupor, todas las incógnitas siguen encima de la mesa.

Trump aún no ha conseguido el dinero para levantar el muro, las relaciones comerciales entre México y EEUU apenas si han sufrido pequeñas variaciones y la nueva Casa Blanca todavía no ha decidido qué va a hacer con el TLC con México. En cuanto a las temidas deportaciones en masa de inmigrantes, la realidad es que en este primer año (y pese al terror inducido a los indocumentados) la cifra ha sido muy inferior a las de la era Obama. Al tiempo que se ha mantenido la tendencia apuntada en los últimos años: ya son más los mexicanos que regresan de EEUU a México que los que quieren cruzar la frontera en dirección contraria.

En ese contexto de incertidumbre, con todo por resolver, ya se anuncia una nueva campaña electoral, que dentro de siete meses, el 1 de julio de 2018, deberá llevar a la presidencia de México al sustituto de Peña Nieto, el presidente que consiguió devolver al PRI al gobierno. Peña Nieto ha logrado al fin capear una presidencia que ha estado varias veces al borde del colapso.

El descrédito del presidente alcanzó hace más de un año cotas inverosímiles, cuando aceptó que Trump lo ninguneara en su propio país. Cuando ganó Trump, Peña Nieto cambió al canciller de Exteriores para elegir alguien más próximo al nuevo emperador. Pero después recuperó una imagen más digna, al rechazar la política del nuevo inquilino de la Casa Blanca, aunque fuera solo retóricamente. No obstante, para muchos mexicanos su presidencia quedó lastrada para siempre tras la desaparición y presunta muerte de 43 estudiantes, un caso tremendo que todavía no se ha resuelto, en el que aparecen implicados políticos, policías y sicarios del crimen organizado. La impunidad sigue siendo en México casi absoluta, y ello ha hecho que en 2017 se superen todas las cifras escandalosas de la violencia.

Pese a todo ello, Peña Nieto no se marchará sin cumplir el vergonzoso ritual del PRI: el famoso «dedazo», por el cual el presidente vigente decide a su sucesor. El elegido ha sido Antonio Meade, el secretario de Hacienda, un cargo más técnico que ideológico, y bien visto por las organizaciones empresariales del país. Meade encabezará la candidatura del PRI, y aunque no parte como favorito, según las encuestas a día de hoy, muchos mexicanos, por puro fatalismo, ya le dan por seguro vencedor. «Puede que no gane las elecciones, pero será el presidente», se dice sotto voce, por aquellos que ya conocen cómo se las gastó el PRI durante los 71 años que ejerció el poder de forma continuada y la forma en que aún domina los mecanismos electorales de México.

Meade se las tendrá que ver en julio con dos candidatos que, a priori, no se lo van a poner nada fácil.

Uno es el dos veces candidato a la presidencia de México, Andrés Manuel López Obrador, que encabezando la lista del PRD (la izquierda de México) perdió las dos últimas elecciones, primero frente a Calderón (PAN) -en una elección tan reñida que se habló claramente de fraude- y después frente a Peña Nieto (PRI), por solo cinco puntos. Actualmente López Obrador, que se distanció del PRD, es el líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y encabeza como otras veces la única alternativa que propugna, al menos, programáticamente un cambio real, una política distinta.

El otro candidato es Ricardo Anaya, del PAN, el partido de derechas que gobernó México tras la derrota del PRI en 2000, primero con Fox y luego con Calderón, y que ha dejado un regusto bastante amargo en el paladar de los mexicanos. Prometieron cambiar México tras vencer al PRI, pero la cruda realidad es que los problemas siguen vivos y cada vez colean con más fuerza.

Analistas mexicanos señalan que hay una cierta probabilidad de que «a la tercera vaya la vencida», es decir, que después de dos gobiernos infructuosos y antipopulares del PAN y de la gestión desastrosa de Peña Nieto con el PRI, López Obrador podría tener por fin una mayoría clara en la elección presidencial. Sin embargo, la experiencia electoral de México obliga a rebajar bastante el optimismo sobre este pronóstico. Y tampoco hay que desdeñar la fuerza del veto de EEUU a un candidato como López Obrador, a quien vinculan con el «populismo bolivariano» y presentan como «el Maduro» de México. De hecho el mismo día del «dedazo» del PRI, el presidente Peña Nieto lanzó su primer dardo contra el candidato del «Morena», al que tildó de «populista» y de «representar el pasado», marcando así la línea de lo que serán los ataques cruzados contra el candidato de la izquierda, que en este momento encabeza las encuestas de voto.

Además, la posibilidad de que, en el último momento, los votantes del PAN y del PRI se acaben sumando en torno al candidato más viable para cerrar la puerta a AMLO son bastante grandes.

En todo caso, la cuestión crucial de estas elecciones será si alguno de los candidatos será capaz de ofrecer a los mexicanos una alternativa real a sus verdaderos problemas, muchos de los cuales se agravan día a día, como son la pobreza y la violencia.

Mientras el país lleva una línea de crecimiento ascendente y su PIB está ya a punto de alcanzar e incluso superar al de España, la realidad es que el 50% de los mexicanos viven todavía en una situación de enorme pobreza, muchos en el límite de la supervivencia. La economía «informal» sigue siendo la forma de vida de muchos mexicanos. Y los salarios son aún tan bajos, que muchas familias solo sobreviven gracias al apoyo económico que reciben de familiares que viven y trabajan al otro lado de la frontera. De hecho, el mayor ingreso nacional de México sigue siendo las remesas procedentes de EEUU, incluso por encima de los beneficios del petróleo.

Y lo mismo ocurre con otro problema crónico de México: la violencia, que se ha desbocado durante el mandato de Peña Nieto. A falta de conocer las estadísticas delictivas de todo el año, los primeros diez meses de 2017 muestran un notable repunte en el registro de robos violentos en México. Hasta el 1 de noviembre, las fiscalías de los 32 estados del país recibieron 191.752 denuncias por asaltos de todo tipo, robos a transeúntes, a transportistas, robos de vehículos, atracos a sucursales bancarias, robos en carretera… En todo 2016, hubo 171.420 denuncias.

La violencia alcanzará este año cotas históricas en México. No son sólo los asaltos, también aumentan los casos de otros delitos de alto impacto, como los secuestros y las extorsiones. Y por supuesto, los homicidios. Solo en el mes de octubre de 2017 se registraron 2.764 asesinatos, el peor dato en 20 años, peor aún que cualquiera de los periodos del expresidente Felipe Calderón, bajo cuyo mandato el Estado inició su guerra contra los cárteles del narcotráfico.

Sin resolver los problemas estructurales de la violencia y, junto a ello, la complicidad de los aparatos del estado con la delincuencia y la total impunidad que existe hoy, el país no podrá crear el clima necesario para afrontar muchos otros problemas. La inmensa mayoría de los crímenes y otros delitos se archivan sin resolver. Las evidentes conexiones entre delincuentes y miembros de los aparatos del Estado raramente se sacan a la luz y se persiguen, excepto en casos muy escandalosos y mediáticos. La «ineficacia intencional» de la justicia es alarmante.

Por otro lado, también es cada vez más crónico el problema de la dependencia económica de EEUU. Un país como México, con una economía relativamente desarrollada y competitiva en muchos aspectos, no puede seguir siendo un mero apéndice de EEUU. Ni vivir con el alma en vilo por si EEUU levanta un muro en la frontera o denuncia finalmente el TLC. México necesita diversificar su economía y multiplicar el destino de sus exportaciones. Crear una economía nacional y relacionarse con el mercado mundial. Acabar de modernizar su aparato productivo y reformar su mercado laboral. México en un país con un potencial enorme. Pero nada conseguirá si no aplica políticas que acrecienten su soberanía y aumenten el nivel de vida de su pueblo.

Las elecciones aún se avistan en el horizonte. Faltan siete meses de dura lucha. Muchas cosas pueden aún resultar decisivas para el voto final.

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