Trump anuncia la vuelta de misiones tripuladas a la Luna y Marte

La carrera espacial es una cuestión de primer nivel para el futuro de la hegemonía norteamericana.

Donald trump ha dado luz verde a una nueva estrategia espacial que aspira a que astronautas estadounidenses vuelvan a pisar la Luna, en la perspectiva de que EEUU logre el hito de lograr el primer ser humano en Marte. Para hacer realidad esta promesa, la NASA debería multiplicar su actual presupuesto. Sin embargo, no parece un farol. De fondo está el desafío de responder a la cada vez más impulsiva carrera espacial de China, que tiene profundas repercusiones en el terreno de la alta tecnología civil y militar.

Rodeado de medios de comunicación, el presidente norteamericano ha firmado la Directiva 1 de Política Espacial, que insta a llevar a astronautas estadounidenses a la Luna para una “exploración y utilización a largo plazo”, y también a perseguir la “exploración tripulada” de Marte y del resto del sistema solar. “No solo plantaremos nuestra bandera y dejaremos nuestra huella sino que estableceremos las bases para una eventual misión a Marte. Y quizá, algún día, a muchos más mundos más allá”, ha afirmado Trump. Sin embargo la orden no detalla los plazos ni el presupuesto para esta misión, algo clave para que la misión pase del dicho al hecho. La NASA estimó en 2005 que volver a la Luna podía costar 100.000 millones de dólares, cinco veces el presupuesto actual de la agencia.

En el acto, Trump insistió en la importancia de que EEUU retome el liderazgo -otrora indiscutido- en la carrera espacial. “Ya no somos el líder indisputado en la exploración humana del espacio”, señala la directiva, que también recuerda que la NASA depende de cohetes rusos para desplazar a astronautas estadounidenses a la Estación Espacial Internacional (ISS)

Hace 45 años que nadie ha vuelto a pisar la Luna. Entre 1969 y 1972, doce astronautas -todos ellos estadounidenses- pisaron nuestro satélite, logrando que EEUU ganara sin discusión la rivalidad aeroespacial que había mantenido con la otra superpotencia hegemonista, la URSS. Los últimos astronautas en poner pie en la Luna fueron los de la misión Apolo 17 (Eugene Cernan y Harrison Schmitt) el 11 de diciembre de 1972.

Tras la caída de la URSS, la ausencia de un rival hegemonista compitiendo por el espacio, junto al cada vez más acusado declive de la superpotencia norteamericana, hicieron que Washington recortara presupuestariamente a la NASA respecto a la dotación que una vez tuvo.

¿Por qué ahora EEUU vuelve a la carrera espacial?

La respuesta es China. Si Washington no da una respuesta, Pekín va camino de tomarle la delantera en la carrera espacial. Hace poco más de una década, el gigante asiático daba sus pinitos en el espacio, sumándose en 2003 a la lista de países que lograba poner astronautas en órbita con sus propios medios tecnológicos. Pero ahora el impulso del dragón asiático en la carrera espacial es imparable. Xi Jingpin ha declarado en varias ocasiones que para su gobierno es prioritario que China se convierta en una potencia espacial, y en junio de este año anunció que su agencia está dando pasos firmes para enviar su primer astronauta a la Luna. Ya a finales de 2013 los chinos lograron con éxito completar un aterrizaje lunar con la nave no tripulada Chang’e-3.

En juego hay mucho más que una disputa propagandística. El mismo portavoz de la Casa Blanca declaró después de la firma de Trump que la directiva «cambiará la política de vuelos espaciales humanos de nuestra nación para ayudar a EEUU a convertirse en la fuerza motriz de la industria espacial, obtener nuevos conocimientos del cosmos y estimular una tecnología increíble».

La carrera espacial es una cuestión de primer nivel para el futuro de la hegemonía norteamericana. Se trata -de forma gemela a la inversión armamentística- de un motor de primer orden en la generación de la más avanzada tecnología de doble uso (militar y civil) y de inversiones con un altísimo índice de retorno de beneficios. Una fuente extraordinaria de ganancias, costeada con ingentes cantidades de dinero público del Estado hegemonista. De forma pareja a la inversión militar -y fuertemente vinculada a ella- los desarrollos en alta tecnología aeroespacial encuentran siempre un segundo uso, un rápido y extraordinariamente lucrativo retorno como tecnología civil.

Si mercancías como la telefonía móvil, internet o el microondas tienen su origen en la inversión militar, inventos como los microchips, la comunicación por satélite, el láser, múltiples materiales aislantes (el kevlar, el teflón, los policarbonatos), las técnicas de desinfección o los TAC de los hospitales, la óptica adaptativa o la tecnología infrarroja tiene su origen en la carrera espacial.

El hegemonismo norteamericano no se puede permitir el lujo de ver como en este decisivo terreno -que tiene profundas implicaciones económicas y comerciales, pero sobre todo también políticas y militares- su mayor rival geoestratégico apura la ventaja hasta rebasarle.

Deja una respuesta