Galicia no está ardiendo, la están quemando

Galicia -junto a Asturias y Portugal- arde por los cuatro costados, en un devastador frente de 150 focos que ha arrasado más de 5.000 hectáreas. El origen de la mayoría de los fuegos ha llevado a hablar a las autoridades de «terrorismo ambiental». Sin embargo, si los pirómanos han encendido los fuegos, las nefastas politicas de la Xunta han creado un polvorín de combustible.

Cuatro muertos, 148 focos -más de cien activos-, 16 poblaciones cercadas por las llamas, miles de hectáreas quemadas, autopistas y carreteras cortadas, la mayor ciudad gallega -Vigo- afectada por las llamas y el humo, la factoría de PSA desalojada… No se trata de una ola de incendios más: es una catástrofe ecológica, económica y social la que avanza abrasadoramente. Una ola de destrucción que tiene responsables.

Contra ella, Galicia se ha echado a la calle y al monte. Bomberos, brigadas de la Xunta y de otras partes de España, unidades de la Unidad Militar de Emergencias (UME), pero a su lado miles y miles de ciudadanos y vecinos, unidos por el puño de la solidaridad, trabajando como un solo hombre en la hora más aciaga. Haciendo cadenas humanas, cortando maleza, desalojando naves industriales o a ancianos de sus fincas. Las imágenes de ayuda y generosidad del Nunca Mais contra la catástrofe del Prestige se han repetido de nuevo en este escenario de llamas y humo.

Pirómanos culpables, políticas responsables.

La consellera do Medio Rural de la Xunta, Ángeles Vázquez, ha declarado que se tiene constancia que al menos 132 incendios fueron provocados y no dudó en calificarlos de «atentados» así como de «terroristas» a sus autores. Y efectivamente, desatar de forma premeditada y coordinada una ola de incendios, esperando que se produzca la «tormenta perfecta» -al menos seis meses sin lluvias en Galicia, fuertes vientos secos del sur producto de la proximidad del huracán Ofelia, vientos que han ayudado a propagar rescoldos de los incendios de Portugal al otro lado del Sil, etc…- no merece otro nombre. Ni tampoco otra cosa que endurecer las leyes para las acciones que con premeditación y alevosía provoquen semejante destrucción y pérdida de vidas.

Pero siendo esto así, no podemos dejar que el humo, ni las ganas de encontrar culpables directos, nos cieguen a la hora de exigir responsabilidades políticas. Porque aunque la Xunta se esfuerce en afirmar que «no hay falta de medios», desde múltiples municipios y parroquias los alcaldes han asegurado haber enfrentado sin ayuda la tragedia, dada la desbordada situación para bomberos, UME y unas brigadas forestales que hace pocas semanas han visto como a 436 de sus operarios se les rescindía el contrato por el fín de la temporada de verano.

Los pirómanos han puesto la chispa, pero que los montes de Galicia -y de media España- sean un perfecto polvorín para ser devorados por las llamas cada año, es producto directo de causas que tienen su raíz en nefastas políticas.«Los pirómanos han puesto la chispa, pero que los montes de Galicia -y de media España- sean un perfecto polvorín a la espera de la llama, es producto directo de nefastas políticas.»

Políticas que provocan el empobrecimiento, envejecimiento y abandono del mundo rural. Una despoblación qe afecta de forma directa al aprovechamiento y cuidado de los montes, y a la acumulación de maleza y biomasa combustible.

Políticas forestales que han provocado repoblaciones descontroladas de especies como eucaliptos y pinos -por su interés para la potente industria papelera (ENCE) o maderera- que son furibundas pirófitas (propagadoras de llamas y rescoldos, sobre todo si les ayuda el viento), en detrimento de las especies autóctonas atlánticas -castaños, avellanos, nogales, robles, hayas, frutales, sauces, olivos- que arden con más dificultad o incluso resisten a las llamas, los llamados «árboles bombero».

Políticas de prevención de incendios -como las actuales- a todas luces rácanas, insuficientes y negligentes, en una comunidad que ha sufrido en la última década el 42% de los incendios de España. Frente a ellas, Galicia y la cornisa cantábrica necesita una fuerte inversión en políticas de prevención y extinción de incendios, de la misma manera que Japón debe invertir en infraestructuras antisísmicas.

Una inversión que incluya la creación de un amplio cuerpo público, especializado, profesionalizado y permanente -no subcontratado a unas empresas que diversas investigaciones judiciales han demostrado que funcionan como un cártel monopolista, especulando e hinflando artificialmente el precio de sus servicios- encargado de la limpieza de montes en invierno, de la apertura de cortafuegos y de la extinción de los siniestros cuando se produzcan. Es necesario arrancar de la precariedad y el abandono las condiciones en las que trabajan las Brigadas Forestales (BRIF) en toda España, penosas condiciones -sueldos de miseria, contratos temporales, sin reconocimiento de la categoría profesional de bomberos forestales- que les han llevado a sostener numerosas huelgas y protestas.

Combustibles, comburentes y acelerantes.

Explicar los incendios forestales parece abocado a hablar de un complejo cóctel de -entre otras causas- mala gestión forestal, sequía y cambio climático, pirómanos e imprudencias, abandono rural y plantación descontrolada de especies pirófitas. Y siendo todas ellas ciertas y determinantes, hay dos causas más que actúan de verdadero acelerante. No sólo de oxígeno y madera se alimenta el fuego que arrasa todos los años la Península Ibérica: también de recortes y corrupción.

Los recortes, la imposición de “austeridad” y la falta de presupuesto limitan y condicionan de forma directa los recursos y el capital humano dedicados a la prevención y extinción de incendios. Numerosos informes de Greenpeace relatan como sindicatos, asociaciones del sector, colegios profesionales y organizaciones ecologistas han mostrado repetida y públicamente su preocupación por la reducción de personal e inversión en tareas de prevención y extinción de incendios desde 2011, a causa de la crisis y de las políticas de recortes dictadas desde la troika y aplicadas desde el gobierno central y las CCAA, recortes presupuestarios que a día de hoy siguen presentes. Hasta la memoria de los presupuestos del Ministerio de Medio Ambiente de este año hablan de «situación de grandes carencias” al referirse a los medios personales y materiales con los que cuentan.

La corrupción y las prácticas delictivas ligadas a los incendios son otro peligroso acelerante. No tanto por los «incendios provocados por la especulación urbanística» -algo no tan común como los bulos de las redes sociales dan a entender- sino por las investigaciones judiciales, probadas y contrastadas, acerca de las prácticas monopolistas de las empresas privadas dedicadas a la extinción y prevención de incendios.«No sólo de oxígeno y madera se alimenta el fuego que arrasa todos los años la Península Ibérica: también de recortes y corrupción. «

Según relata el periodista Daniel Toledo en Contexto, las investigaciones por corrupción de contratos públicos de extinción de incendios realizadas en 10 CCAA llegan a una conclusión: las seis grandes empresas que controlan el sector -Avialsa, Faasa, Trabajos Aéreos Espejo, Trabajos Aéreos Martínez Ridao, Grupo Habock, y Transportes Aéreos Extremeños- llamadas por la Policía Judicial como «Grupo 6», ha establecido reuniones para alterar a su favor el precio de los concursos públicos, repartirse territorios de mercado, y vertebrando un sistema de manipulación fulminante de un mercado del que no sólo dependen la supervivencia de bosques, parques naturales o reservas, sino también de casas, fincas, propiedades y vidas humanas. El auto del juez Héctor Ignacio Santamaría (juzgado de Sagunto) habla de un desembolso de más de 250 millones de euros en concursos manipulados en menos de 15 años, pagados por las administraciones públicas, con sobrecostes de hasta el 30%.

Con todo este tinglado económico en torno a la prevención y extinción de incendios ¿a alguien le extrañaría que se descubriera una mano oscura detrás de los pirómanos organizados?. Es una pregunta incendiaria, pero es tiempo de hacérsela.

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