Centenario de las vanguardias

Un terror demasiado real

Como señaló Hitchkock, Kafka nos enfrenta a la “pesadilla realista”, esa que constituye la normalidad de la sociedad burguesa, donde el capitalismo tritura al individuo que decía encumbrar.

En 1915, el mundo contempla horrorizado la masacre de la Iª Guerra Mundial. Tras varias décadas de progreso burgués, de paz aparentemente sólida, la muerte azota en proporciones industriales la civilizada Europa. Gigantescos monopolios se han convertido en nuevos monstruos omnipotentes.

Es en ese momento que Franz Kafka escribe “La metamorfosis”, la historia de Gregorio Samsa, ciudadano correcto y perfectamente integrado, que despierta un día transformado en un inmundo insecto.

“La metamorfosis” cumple todos los requisitos que Kafka demanda a la literatura: “lo que necesitamos son libros que produzcan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien hubiésemos amado (…) un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos adentro”.

El terror de Gregorio Samsa nos inquieta profundamente porque, a pesar de que intentemos negarlo, sabemos que también es el nuestro.

Con el salto al imperialismo un nuevo poder, Un nuevo poder, surgido de la hiperconcentración económica y política consustancial al capitalismo, ha sido creado como un Leviatán moderno.

Y frente a él, el individuo se ha convertido, no metafóricamente sino en la trágica realidad, en menos que un insecto. Entre el hombre como medida de todas las cosas de Leonardo, y el Gregorio Samsa metamorfoseado en un insecto, media la maduración, hasta alcanzar toda su capacidad tóxica y destructora, del poder burgués.

Pero la obra de Kafka no es una simple condena, no expresa solo la angustia ante el horror. Su radicalidad literaria es inseparable del compromiso personal de Kafka con las ideas revolucionarias que sacudían Europa en los años veinte.

Tal y como él mismo reveló “yo, que muy a menudo he carecido de independencia, tengo una sed infinita de autonomía, de independencia, de libertad en todas direcciones”.

El autor de “El Proceso” era un asiduo de las reuniones del Club Mladich (Club de Jóvenes), organización antimilitarista y libertaria frecuentada por varios escritores checos. Kafka participó en numerosas manifestaciones, y organizó diversos ciclos de conferencias, por ejemplo, uno dedicado a la Comuna de París-. Kafka manifiesta “la gran impresión que ha causado en mi cuerpo, mis nervios, mi sangre”, el artículo “Sobre la Rusia Bolchevique”, publicado por el filósofo Bertrand Russell en un periódico de Praga.

El estallido de la Iª Guerra Mundial va a radicalizar a Kafka, orientando toda su obra hacia la crítica de los «aparatos» de muerte industriales con que las principales burguesías inundan de sangre el planeta.«Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos adentro. Kafka»

El marco de la narración es el colonialismo francés. Un soldado «indígena» es condenado a muerte por oficiales cuya doctrina jurídica resume en pocas palabras la quintaesencia de la arbitrariedad: «¡La culpabilidad no debe nunca ser puesta en cuestión!». La ejecución debe ser llevada a cabo por una máquina de torturar que escribe lentamente sobre el cuerpo del condenado, con agujas que le traspasan: «Honra a tus superiores».

Hasta culminar en “El proceso”. La obra comienza con una frase que se revela inquietante: “K. vivía bien en un estado de derecho, la paz reinaba en todas partes, todas las leyes estaban en vigor, ¿quién se atrevía pues a asaltarle en su casa?”. Instantes después la policía entrara en la casa de K. para arrojarlo hacia una pesadilla donde es triturado y deglutido por un poder inmisericorde.

Esta es la virulencia y radicalidad de la obra de Kafka. Sus pesadillas no están ambientadas, como “1984”, de George Orwell, en un mundo groseramente dictatorial, sino en “un estado de derecho”, donde “todas las leyes están en vigor”.

La odisea de Joseph K. en “El Proceso” es la más alta expresión del carácter aniquilador de los modernos Estados burgueses, transformados en gigantescos aparatos burocráticos cuyo papel es destrozar al individuo para devorarlo.«Su radicalidad literaria es inseparable del compromiso personal de Kafka con las ideas revolucionarias que sacudían Europa»

Los jueces, abogados, policías… todos los aparatos y funcionarios del Estado burgués aparecen, en su descarnada naturaleza, como instrumentos de dominio de las burguesías sobre los individuos, condenados a una existencia demencial, encerrados en un callejón sin salida demencial y “kafkiano”.

No se trata de ningún “estado de excepción”. Esa es la normalidad de la democracia burguesa.

Los nazis intentaron, sin éxito, destruir toda su obra. Y el socialfascismo soviético la proscribió, tildándola de “pesimista y antirrealista”, y a Kafka de “escritor decadente y burgués”. Pero la obra de Kafka se abre paso, como expresión de “esos libros que necesitamos”, que “nos duelen profundamente” y por eso mismo sabemos que son verdad.

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Un huracán de creatividad

En el periodo de entreguerras, de la mano de las vanguardias, va a desatarse un huracán, tan furioso como fértil, que abrirá extraordinarias corrientes creativas en todas direcciones.

La literatura sufrirá una sacudida que abrirá de verdad el siglo XX, rompiendo con las decadentes tendencias imperantes.

Proust y Joyce darán paso a una forma radicalmente nueva de narrar, que romperá definitivamente el rígido corsé de un naturalismo aplastantemente plano.

En poesía hará erupción un volcán recorrido por todos los istmos, con la inabarcable figura de Lorca como ariete.

Figuras como Borges colocarán la literatura hispanoamericana en el lugar que le corresponde, y que luego estallará con un “boom” universal.

En el teatro, Pirandello, Genet o Stanislavsky sacudirán los escenarios, la misma concepción de una obra teatral, de como debe interpretarse…

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