Ruptura de relaciones con Qatar

Gasolina sobre el barril de pólvora

La ruptura de relaciones de Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Yemen con Qatar tiene su origen en la ambiciosa red de alianzas que ha urdido el pequeño, pero inmensamente rico, emirato en la última década.

Guerra e intervención exterior en Siria e Irak. Invasión de Bahrein por las tropas saudíes para sofocar la revuelta de la mayoría chií en el contexto de las primaveras árabes. Golpe de Estado en Egipto para derribar al gobierno democráticamente elegido de los Hermanos Musulmanes. Cruenta intervención militar de Arabia Saudita y sus aliados contra la mayoría huti en Yemen. Recrudecimiento de las tensiones y violencias entre Palestina e Israel. Desde el pasado mes de junio, ruptura de relaciones diplomáticas y económicas de siete países musulmanes con Qatar.

Y como telón de fondo, la nueva actitud ante Irán de los EEUU de Trump que, a pesar de verse obligado a reconocer que Teherán está cumpliendo su parte del pacto nuclear firmado bajo la presidencia de Obama, vuelve a estar situado en el «eje del mal» donde lo colocó Bush. En otras palabras, nueva gasolina sobre el barril de pólvora de Oriente Medio.

La ruptura de relaciones de Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Yemen con Qatar tiene su origen en la ambiciosa red de alianzas que ha urdido el pequeño, pero inmensamente rico, emirato en la última década. Una política exterior que entra en conflicto con la de países vecinos. Alianza con Turquía para favorecer a los Hermanos Musulmanes, el mayor representante del islam político, catalogada como terrorista por saudíes, emiratíes y egipcios a pesar de su renuncia expresa al terrorismo como medio de lucha política desde hace décadas. Pero sobre todo, son las amistosas relaciones de Qatar con Irán –con quien comparte el mayor yacimiento de gas natural licuado del mundo–, a quien Doha, capital del emirato, reconoce como «parte importante e influyente» del mundo islámico y que es el mayor enemigo geoestratégico de Arabia Saudita en su disputa por la hegemonía en el mundo musulmán, las que están en la base de la ruptura.

Además de estos existen otros tres factores que alarman a las autocráticas petromonarquías del Golfo. El primero son las repercusiones que la amistad con Irán pueden tener sobre las propias comunidades chiíes que forman parte de su población. Y que sólo en Arabia Saudí representan alrededor del 25% de su tejido social. Concentradas además en la zona oriental del país, las provincias de Al Ahsá y Al Qatif, las más ricas en yacimientos petrolíferos.

Un segundo factor es Al Yazeera, la poderosa cadena televisiva qatarí que se ha convertido en la principal fuente de información, con diferencia, de todo Oriente Medio gracias a su exhaustiva cobertura de la agitación política y las revueltas que sacuden la región. Y cuya influencia ha sido convertida por la familia del emir gobernante Tamim bin Hamad, en una herramienta de primer orden para sus movimientos diplomáticos en la región.

Por si esto no fuera suficiente, la protectora acogida de Qatar a reconocidos opositores saudíes y emiratíes –a los que proporciona tanto nacionalidad como plena libertad de movimientos– no hace sino enfurecer todavía más a los centros de poder de Riad y Abu Dabi.

Mientras tanto, una convulsión política de primer orden sacudía Arabia Saudita. La insólita destitución a finales del pasado mes de junio del hasta ahora príncipe heredero Mohammed bin Nayef y su sustitución por el primer hijo de la tercera esposa del actual rey saudí Mohammed bin Salman, de apenas 32 años, rompe la histórica tradición de nombrar herederos a septuagenarios príncipes. Bin Salman, hasta ahora ministro de Defensa, y por tanto responsable del auténtico genocidio desatado por el ejército saudí en Yemen o el apoyo a los movimientos yihaddistas en Siria, es conocido por sus estrechas relaciones con Washington y en particular con la administración Trump.

A diferencia de su antecesor, que como ministro de Interior se hizo conocido por su posición firme contra los militantes yihadistas, bin Salman se propone como principal eje político fortalecer todavía más la línea dura contra Irán, declarando que el diálogo con el régimen chiita es «imposible». Lo que anuncia una nueva fase de tensiones y conflictos multiplicados con el régimen iraní.

La ambigua y contradictoria irrupción de Trump en el laberíntico entramado político y confesional de Oriente Medio está incendiando todavía más si cabe los antagonismos en la región. Lucha entre Turquía y Qatar con el resto de petromonarquías por la dirección del mundo sunní. Disputa entre Arabia Saudí e Irán por la hegemonía regional. Intervención directa de Rusia en la guerra siria, decantando la balanza hacia el régimen de el Assad. Construcción de una nueva base militar rusa en el sureste de Siria. Envío de tropas a la base militar que Ankara construyó a principios de 2016 en Qatar y que tiene previsto albergar entre 3.000 y 5.000 soldados turcos.

Movimientos de distinto signo que auguran un incremento de las tensiones de impredecibles consecuencias en una región estratégicamente clave para la hegemonía mundial que ya de por sí es un auténtico barril de pólvora.

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