EL OBSERVATORIO

Manual para mujeres de la limpieza

Los relatos de la escritora norteamericana Lucia Berlin han conseguido agitar durante una temporada las tranquilas aguas de nuestro mundo literario.

Considerada como uno de esos «redescubrimientos» que, de tanto en tanto, alimentan las expectativas de una industria editorial en horas bajas, el libro de relatos de Lucia Berlin se ha encaramado en estos últimos meses a un lugar inesperado, teniendo en cuenta el débil eco que sigue teniendo en España el relato corto. Para ello, el libro se ha beneficiado de una hábil campaña de marketing, auspiciada por críticas exageradamente elogiosas que afirman que «su prosa desciende de Proust y de Chéjov», que leerla es «desconcertante y maravilloso», o que su autora es «una fuerza literaria única y abrasadora». En realidad, su «redescubrimiento» en EEUU, donde arrasó en los suplementos literarios, ha causado un efecto dominó en Europa, donde todo el mundo se culpa (falsamente, claro es) de «no haber reconocido» o «haber injustamente olvidado» a una autora de semejante talla.

Desde luego no hacen falta en absoluto tales excesos para reconocer que tanto la autora como el libro tienen interés y merecen ser leídos. No porque su prosa sea deudora de Proust, o sus relatos recuerden a Carver, o haya sido un «genio literario» oculto e incomprendido, sino porque Lucia Berlin tiene algo que contar y lo hace de una forma tan directa y singular, que el lector inevitablemente se siente concernido. Lucia Berlin es un testigo excepcional de la convulsa vida americana (especialmente, de la convulsa vida de la mujer americana) y tiene la chispa y el talento necesario para convertir esa realidad en un conjunto vivido y brillante de relatos sobre el devenir de la gente en las entrañas de una América de pesadilla.«Lucia Berlin tiene algo que contar y lo hace de una forma tan directa y singular, que el lector inevitablemente se siente concernido»

La vida de Lucia Berlin (matriz de sus relatos) encarna casi a la perfección esa existencia itinerante, convulsa, repleta de altibajos y llena de coraje que desmiente a cada paso el pomposo «sueño americano». Nació en 1936 en Alaska de un padre minero que convirtió su infancia en un ir y venir por poblados mineros de Idaho, Kentucky y Montana. Su vida dio un vuelco cuando en 1941 el padre marchó a la guerra y ella, con su madre y su hermana pequeña, fueron a El Paso junto al abuelo. Al finalizar la guerra el padre se llevó a la familia a Santiago de Chile, donde vivieron muchos años en una situación de relativa prosperidad, en la que ella ejercía de anfitriona mientras la madre se retiraba con una botella a su cuarto. El alcohol siempre fue un protagonista y un demonio familiar, contra el que Lucia tendría que luchar casi toda su vida.

En 1955 se matriculó en la Universidad de Nuevo México y, gracias a su dominio del español, estudió con el novelista español Ramón J. Sender. Se casó y se divorció tres veces, de un escultor, de un pianista y de un músico de jazz, con los que tuvo cuatro hijos. Cuando se separó del último, en 1968, tuvo que hacer frente sola a la crianza de sus hijos, para lo que trabajó como profesora de secundaria, telefonista, administrativa, mujer de la limpieza o auxiliar de enfermería. En 1991 y 1992 vivió en México DF, donde su hermana estaba muriendo de cáncer.

En 1991 dio a la luz Homesick, la primera de las tres recopilaciones que publicó en vida, y en las que fue integrando los relatos que de forma esporádica había ido escribiendo desde los 24 años y publicando en distintas revistas americanas. Con Homesick, Lucia Berlin ganó el prestigioso American Book Award. En 1994 obtuvo una plaza como escritora residente en la Universidad de Colorado. Tras vencer al alcoholismo y al cáncer, murió en 2004 en Los Ángeles, por un agravamiento de la escoliosis, enfermedad que padecía desde los diez años y que a veces la obligaba a ponerse un corsé ortopédico de acero.«Su mirada irónica y compasiva llena sus relatos de una intrépida luz»

Tan extensa reseña biográfica sólo tiene sentido por el hecho de que esa vida es la principal y prioritaria fuente de toda su narrativa. Y, sin embargo, sería un error garrafal reducir esa narrativa a un presunto ejercicio narcisista de «autoficción». Lucia Berlin no aspira a «contarnos su vida», sino a hacer literatura. Que esa literatura emerja en buena parte de una vida tan pletórica, amarga, cambiante y diversa, no significa que sus textos no tengan otra validez que dejar constancia de su experiencia personal. Berlin sabe construir a partir de pequeñas y curiosas anécdotas, de conflictos sabidos, de momentos singulares, relatos que tienen una verdadera resonancia literaria. Sabe construir personajes que se apoderan del hilo narrativo hasta llegar al corazón del lector. Con un lenguaje chispeante, lleno de recursos sorprendentes y hasta inéditos, dominando con bastante fluidez el arte de la construcción narrativa, Lucia Berlin trasciende el mundo propio para ofrecernos una veraz radiografía de la vida de los perdedores.

En esta antología de 43 relatos se cuentan vidas rotas en las que el fracaso se acepta con bastante normalidad. Berlin no tiene reparo en mostrar un amplio catálogo de las miserias humanas: la degradación, la vulgaridad, la fealdad, el alcoholismo, la enfermedad, pero tampoco en resaltar la ternura o la emoción de los perdedores y los inadaptados. Sus personajes son gente maltratada por la vida (y por sí mismos), pero también hombres y, sobre todo, mujeres audaces, que van de frente, con una valentía, una temeridad y una inconsciencia admirables. Su mirada irónica y compasiva llena sus relatos de una intrépida luz.

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