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Vanguardias artísticas y Revolución de Octubre

Es imposible entender el arte y la cultura del siglo XX sin la formidable explosión de vanguardias artísticas que acompañan a la primera revolución socialista de la historia.

90 años después de la toma del poder por los bolcheviques, no sólo el inmenso significado político de la revolución de Octubre permanece en gran parte sepultado bajo los cascotes del derrumbe de la Unión Soviética, sino que, al mismo tiempo, todas las colosales transformaciones que supuso en lo social, lo ideológico o cultural parecen haber corrido la misma suerte. Y, sin embargo, es imposible entender el arte y la cultura del siglo XX sin la formidable explosión de vanguardias artísticas que acompañan a la primera revolución socialista de la historia.

Existe la creencia errónea de que las vanguardias artísticas rusas son fruto de la revolución de Octubre. Cuando la realidad es que son una parte tan importante como inseparable de su misma gestación y desarrollo. El fermento revolucionario que convulsiona Rusia tras 1905 –y que encontrará su gran oportunidad en 1917– recorre no sólo el terreno político y social. También el mundo artístico y cultural se va a ver conmovido por esta febril agitación revolucionaria que constituirá, además de un valioso caldo de cultivo para el triunfo de la revolución proletaria, una contribución decisiva para la cristalización de las vanguardias artísticas que sacudirán al mundo en el período de entreguerras.

Dado lo amplísimo del tema, lo abordaremos en tres entregas. En esta primera trataremos los antecedentes de la revolución en la cultura que va a suponer Octubre. El período en que, entre 1905 y 1917, las vanguardias rusas se colocan a la cabeza de Europa en numerosos ámbitos. En la segunda, toda la enorme explosión de creatividad y rupturas revolucionarias que se suceden tras la toma del poder por los bolcheviques y el impacto decisivo que ello va a tener en el mundo intelectual y cultural europeo del período de entreguerras. Para acabar, en la tercera entrega, con el fin de las vanguardias en la primera mitad de la década de los 30, cuando el realismo socialista se convierte en la doctrina oficial del régimen soviético.

La dualidad cultural de Rusia

Como en otros tantos ámbitos, también el mundo cultural de Rusia en los albores del siglo XX es un permanente conflicto entre distintas líneas de fuerza, vectores de dirección opuesta que se oponen y chocan entre sí. Cultura de elite y cultura campesina, la aldea y la ciudad, el legado europeo y la ascendencia asiática, la formación occidental de las elites dirigentes y la tradición ancestral de la Rusia profunda, el San Petersburgo burgués del racionalismo y la ilustración y el estilo de vida comunitario del mundo rural. La continua tensión entres estos polos opuestos había dado ya, en la segunda mitad del siglo XIX, ese carácter tan particular a la cultura rusa, en la que basta con raspar un poco la superficie de la pátina europeizante para que aparezca con toda su fuerza descomunal la vieja Rusia: el mito de la eterna “alma rusa”, su superioridad moral respecto a los valores del occidente moderno y que, frente a la cosmopolita San Petesburgo reivindica a Moscú como la encarnación del verdadero carácter nacional ruso.

Esta oposición entre la artificiosidad de unos valores occidentales reducidos a una pequeña elite aristocrática y la realidad de la tierra rusa, entre la razón europea y el alma eslava, entre tradición y ruptura, entre lo propio y lo asimilado fue la base material para una serie de colisiones, tensiones y choques de los que surge la extraordinaria narrativa y dramaturgia rusas de finales del siglo diecinueve y principios del veinte.

La ruptura de 1905

Pero será la fracasada tentativa revolucionaria de 1905, con el regreso de la represión y el oscurantismo de la autocracia zarista bajo nuevas formas, la que va a significar una auténtica ruptura en la actitud del mundo intelectual y artístico ruso, cuyo cuestionamiento de todo lo anteriormente existente y la búsqueda de nuevas concepciones y modos de expresión lo va a colocar, de un modo sorprendentemente rápido, en la vanguardia de la cultura mundial.

A partir de esa fecha, San Petesburgo va a vivir en una eléctrica atmósfera de tensión permanente, la confrontación de ideas, de líneas, de proyectos y de programas se convierte en un poderoso motor político y cultural que empuja hacia lo inédito, hacia lo nuevo, hacia la búsqueda de nuevos modos de expresar la energía que late en la sociedad. La ciudad vive una agitación febril, un ambiente de ruptura y expectativas revolucionarias.

No sólo en lo político irrumpen nuevas fuerzas, la convulsión se propaga también al mundo artístico con la incorporación de elementos hasta entonces inconcebibles. En las masas y en las elites prende la idea de un nuevo orden social, pero también –y acompañándolo– de nuevas formas de expresión artística. Por debajo del aparente regreso al viejo orden autocrático, la capital rusa entra en un período de auténtica efervescencia revolucionaria y se vuelve un poderoso caldo de cultivo para la aparición de unas vanguardias artísticas que se pondrán a la cabeza de la ruptura del mundo academicista burgués –ruptura que en aquel período apenas empieza a balbucear en el resto de Europa– y jugarán un papel de primer orden en el triunfo de la revolución de Octubre, sólo 12 años después.

Pese a su fracaso, la enorme oleada revolucionaria de 1905 no puede ser totalmente ignorada por Nicolás II. Y la tímida apertura política que la autocracia zarista se ve obligada a conceder, va a brindar la oportunidad para que cristalicen los grupos y organizaciones de donde surgirán las vanguardias. Primero a través de círculos como el “Mundo del Arte”, la “Torre de Viachislav Ivanov”, “Teatro para Nosotros Mismos”; inmediatamente después con la aparición de varios grupos futuristas donde empiezan a destacar jóvenes escritores como Vladimir Mayakovski, Boris Pasternak o Sergei Esenin. En el mundo de la pintura, a las figuras ya emergentes de Kandinski, Malévich y Marc Chagall se unen los jóvenes Rodchenko, Tatlin, Goncharova o Popova. El ya extraordinario panorama musical ruso se ve engrandecido y renovado por Stravinski, Rajmaninov, Shostakovitch y Pokrofiev. En el teatro con Stanislavski y Meyerhold. En pedagogía con Makarenko y Alexandra Kollontai,…

Una explosión de creatividad e innovación que convierten a la Rusia de la primera década del siglo XX en una de las naciones adelantadas en la fructífera eclosión de las vanguardias artísticas de entreguerras.

La rebelión y la ruptura con la tradición, pero no con lo mejor de la secular tradición cultural y artística del pueblo ruso, sino con las formas clásicas de la expresión plástica y el canon burgués de la belleza, se convierten en el programa de lucha de las vanguardias rusas, que hacen suya la bandera de la ruptura formal y la necesidad de buscar nuevos lenguajes formales, sometidos a su vez a permanentes renovaciones y rupturas, a través de los que expresarse. Todo este humus artístico desplegado por las vanguardias rusas en los primeros 15 años del siglo XX será el fermento más fecundo del que surgirá, tras la revolución de Octubre, una de las más poderosas, innovadoras, creativas y revolucionarias rupturas artísticas de todos los tiempos. Asunto que nos ocupará la próxima entrega.

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