Trump legaliza el comercio de coltán

Donald Trump elimina la Ley Dodd-Frank, que obliga a las empresas de EEUU a no comprar materias primas -oro, diamantes, uranio, estaño, tungsteno, y muy especialmente coltán- que financien a señores de la guerra congoleños, los llamados ‘minerales de sangre’.

«Esa regulación está imponiendo costes tan onerosos a las empresas americanas que amenazan con dejarlas fuera del mercado», ha dicho Michael Piwowar, director de la Comisión de Seguridad de las Transacciones (SEC por sus siglas en inglés), impulsor de esta derogación. Los monopolios norteamericanos se preparan a abalanzarse -sin ningún tipo de freno ni regulación- sobre la riqueza mineral de la República Democrática de Congo.

El mineral más precioso del mundo no es el oro, ni los diamantes, ni el uranio. Se llama coltán y es un ‘mineral de sangre’: es arrancado de las montañas violadas de África mediante un torrente ignominioso de explotación, violencia y muerte.

El coltán habita en el negro corazón de todos y cada uno de los dispositivos tecnológicos que pueblan nuestra vida diaria: teléfonos móviles, ordenadores, tablets, cámaras digitales… La República Democrática de Congo posee el 83% de las reservas mundiales de coltán. Sería una bendición si no fuera una maldición: el gobierno congoleño, el de Ruanda y el de Uganda, y hasta 30 señores de la guerra se disputan el control de las minas de este mineral en las regiones de Kivu Norte y del Sur, cerca de los Grandes Lagos al este del país. Por su posesión matan y mutilan a los habitantes de la región, y practican violaciones sistemáticas y masivas de mujeres como forma de aterrorizar y quebrar a toda su comunidad. Todos estos hechos están ampliamente documentados por decenas de ONGs y organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional, Women’s Synergy for Sexual Violence Victims o Human Rights Watch (HRW).

Hombres, mujeres y niños trabajando en explotaciones como las de la gran mina de coltán de Rubaya -la más grande del país- en Masisi (Kivu Norte), que se cobra 40 vidas cada día. La montaña se cobra su cuota de hombres a cambio de su tesoro: galerías que se derrumban, laderas de fango que se desploman, arenas movedizas en el fondo de las simas; hay mil maneras de morir en Rubaya. Jornadas agotadoras de 10 o de 12 horas… por salarios de un dólar. El intermediario local lo vende por mil veces ese valor, y los mayoristas de los mercados de Nueva York, Londres, Singapur y Tokio por mil veces más.«El derribo de la disposición Dodd-Frank sobre minerales de sangre responde a las presiones del más antiguo y poderoso lobby industrial de EEUU: la Asociación Nacional de Manufactureros (NAM)»

La sangre que impregna cada cristal de coltán no sólo es congoleña. Después de ser extraído dolorosamente de las entrañas de África, y antes de ser incrustado en los circuitos integrados, baterías o cableados, los minerales tecnológicos como el coltán, el manganeso y la casiterita han de pasar por las zonas fabriles del sudeste asiático o de centroamérica, donde la explotación sigue cobrándose su precio sanguíneo.

A pesar de ser una de las modernas minas del Rey Salomón, a pesar de descansar sobre un inagotable océano de riqueza mineral, en Rubaya no hay hospitales ni colegios, ni agua corriente, ni electricidad. Ni apenas en toda la región minera de Congo. Para que exista el paraíso de los oligarcas de Wall Street o de Silicon Valley, tiene que existir este infierno de barro ensangrentado. Para que las grandes corporaciones tecnológicas del mundo puedan dar astronómicos beneficios cada año y liderar las capitalizaciones bursátiles, un cable de coltán y dolor tiene que atravesar las entrañas de millones de obreros del Tercer Mundo. Para que existan las grandes potencias mundiales, Africa debe ser violada y expoliada millones de veces, cada día, cada hora.

‘América First’: ningún obstáculo al máximo beneficio

La vinculación entre los minerales tecnológicos procedentes de la R.D.Congo y sus países vecinos (Ruanda, Uganda, Burundi) y las violaciones de derechos humanos es tan evidente que es imposible ocultarla. Sólo entre 1998 y 2007, más de seis millones de personas murieron en el país africano a causa de dos guerras sucesivas que implicaron a nueve estados de la región, con el control de la riqueza mineral como fondo.

Tras cientos de denuncias de organizaciones de derechos humanos, y al calor de las obligadas restricciones a las entidades financieras tras la caída de Lehman Brothers, la administración Obama (recién instalada en la Casa Blanca) aprobó en 2008 la llamada Ley Dodd-Frank, apellidada ‘Reforma de Wall Street y Protección del Consumidor’. La norma, de 835 páginas, recoge no sólo regulaciones para evitar que los bancos norteamericanos puedan generar una burbuja como la de las hipotecas basura, sino que contiene en su Título XV, sección 1.502, una disposición donde se obliga a las empresas estadounidenses a garantizar «que no tienen fuentes de abastecimiento involucradas en actividades armadas, ni de violencia sexual y de género, ni explotación infantil».

Podría pensarse que era poner vallas al campo, pero las organizaciones humanitarias aseguran que la Dodd-Frank, en parte, funcionó. HRW asegura que desde su entrada en vigor, grandes compañias como Apple, Intel o Tiffany´s -temerosas de la pésima publicidad que conlleva asociar su marca a los minerales de sangre- se han esforzado en acreditar que la procedencia de sus materias primas es de zonas y explotaciones no vinculadas a señores de la guerra, sino a las llamadas «zonas verdes» controladas por el gobierno: explotaciones mineras como las de Rubaya, en las que no hay escuadrones de la muerte masacrando y violando, pero donde 8 horas de trabajo siguen valiendo un dólar.

Pero con eso y con todo, las ONGs aseguran que la Dodd-Frank ha limitado la «compra a ciegas de minerales de sangre» en Congo y sus países vecinos, limitando el enriquecimiento de los señores de la guerra más brutales, que venden el coltán más barato a costa de extraerlo de minas de zonas “rojas” donde las condiciones de trabajo y opresión hacen que Rubaya sea un paraíso. En palabras del congoleño Janvier Murairi Bakihanaye, ganador en 2016 de la Medalla de la Libertad de la ONG estadounidense Human Rights First, «la Dodd-Frank vale, verdaderamente, su peso en oro».

Trump: lo que es bueno para los manufactureros es bueno para América.

La Ley Dodd-Frank va a ser derogada por el gobierno Trump. No sólo, ni principalmente, por la disposición 1.502, sino para demoler unas regulaciones financieras de Wall Street que estorban a los grandes capitales norteamericanos. Pero el Título XV también ha merecido un comentario de la SEC, un órgano análogo a nuestra Comisión del Mercado de Valores en España, pero que, en este caso, tiene atribuciones para monitorear la actividad empresarial de las compañías norteamericanas fuera de las fronteras del país.

“Esta regulación está imponiendo costes tan onerosos a las empresas americanas que amenazan con dejarlas fuera del mercado», ha sancionado Michael Pinowar, director de la SEC, imponiendo una suspensión por dos años de este apartado 1502 de la ley Dodd-Frank. Será sustituida por un plan para “atajar las violaciones de derechos humanos y la financiación de grupos armados en Congo”. O sea, agua con sifón.

El derribo de la disposición contra en tráfico de minerales de sangre responde a las presiones del más antiguo y poderoso lobby industrial de EEUU: la Asociación Nacional de Manufactureros (NAM), que lleva años sacando informes que elevan los costes adicionales de los “escrúpulos” a la hora de conseguir materias primas derivados de la Dodd-Frank a entre 9.000 y 16.000 millones de dólares anuales.

Así que si los minerales y las materias primas tienen que estar bañados en sangre para ser baratos y favorecer la sagrada ley del máximo beneficio, la burguesía monopolista norteamericana está dispuesta a legalizar -sin maquillajes fariseos ni obstáculos moralistas que valgan- el saqueo abierto, brutal y abierto de todos los tesoros de África.

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