EUROPA

Alemania en la encrucijada

Pese al «éxito» alemán, que acaba de proclamar prácticamente el «pleno empleo», también Alemania está infectada por el virus del descontento

Durante los ocho años de Obama, Ángela Merkel ha sido no solo una aliada fiable, decidida y leal, sino algo más. Obama entregó a la canciller alemana poderes virreinales para manejar con puño de hierro una Europa en crisis e imponer la salida más favorable a sus intereses. Merkel convirtió ese mandato en un instrumento para refundar la hegemoní­a alemana sobre Europa.

Pero, tanto a la cabeza del imperio como en Europa, las cosas han cambiado sustancialmente a lo largo de 2016. Contra todo pronóstico, el viento de la historia ha dado un giro de 180 grados. Primero con la victoria del Brexit en Gran Bretaña. Y luego con la victoria de Trump sobre Clinton en las elecciones americanas. Aunque estos dos aldabonazos no han sido truenos en cielo sereno. Muchos otros signos anunciaban por doquier la llegada de la tormenta. Como el alza de los lepenistas en Francia hasta el 30%, el hecho de que un ultraderechista estuviera a punto de ganar las elecciones en Austria, la derrota de Renzi en el referéndum italiano o el hecho de que en las últimas elecciones en Renania, la suma de democristianos y socialdemócratas no tuviera votos ni escaños suficientes para formar un gobierno de coalición (esto no ocurría en Alemania desde 1945).

Durante el último año, y sobre todo en estos últimos meses, especialmente tras el cambio de opinión de la mayoría de los alemanes hacia su política migratoria, Ángela Merkel barajó seriamente la posibilidad de dejar la cancillería y no presentarse de nuevo a las elecciones. Pero la confirmación del giro histórico que viene (tras el Brexit y Trump) le ha hecho cambiar de opinión. En la actualidad, aspira a convertirse en el principal valladar contra la llamada ofensiva «populista», en Europa y en todo el mundo. El antiguo ministro de Exteriores, el «verde» Joskcha Fisher, la calificaba así en un reciente artículo de prensa, y hasta el New York Times le otorgaba, ya de antemano, esa función y esa tarea, erigiéndola prácticamente en la nueva líder del «mundo libre».

Que la mujer que dirigió con mano de hierro el rescate griego y sometió a toda Europa al garrote de la política de austeridad sea vista ahora como el principal valladar contra una «ola» que puede acabar derribándolo todo (desde la Unión Europea al euro, desde el Estado del bienestar a la propia democracia), no deja de ser una paradoja, sí, pero es también todo un síntoma de la creciente percepción de que la situación europea y mundial han cogido un derrotero extremadamente peligroso.

Secretaria general de la CDU desde 1998 y presidenta en el año 2000 (sustituyendo a Wolfgang Schäuble, que Kohl había elegido a dedo), canciller de Alemania desde 2005, Ángela Merkel ha monopolizado la política alemana en la última década y maniobrado para conseguir el liderazgo exclusivo de Alemania sobre Europa, rompiendo de hecho el eje franco-alemán en el que se había cimentado la construcción europea desde la posguerra.

Apoyándose en el poderío económico alemán (cimentado en un superávil comercial récord) y en la fortaleza de su poder industrial y exportador, Merkel logró que Alemania capeara la crisis mejor que sus demás socios, a los que acabó imponiendo su política de austeridad y sacrificios, de la que ellos obtenían las mejores rentas. También supo sacar el máximo partido de la confianza que en todo momento le prestó el nuevo presidente norteamericano, Barack Obama, desde que llegó a la presidencia en enero de 2009. Todavía en plena recesión, con el fantasma de una gran crisis acechando a EEUU y a todo su entorno, Obama tomó la decisión de confiar a Merkel la imposición a Europa de las políticas más convenientes para EEUU. Merkel se tomó en serio la tarea (tan en serio, que varias veces EEUU tuvo que ponerle el freno, incluso que apoyar a los opositores a la política alemana) y supo aprovechar la oportunidad para intentar dibujar el mapa de una nueva hegemonía alemana sobre Europa.

Pero esta no fue una política sin consecuencias para Alemania. La resistencia a los planes del tándem Obama-Merkel cuajó con distintas alternativas en el noroeste y en el sur: mientras en el sur, Grecia, Portugal, Italia y España protagonizaban el avance de fuerzas de izquierda, en Francia y Gran Bretaña la respuesta a la hegemonía alemana daba pábulo al Frente Nacional y al UKIP, el partido que le daría el triunfo al Brexit.

Pero al mismo tiempo que ocurría todo esto, algo más profundo se gestaba en el interior de las sociedades occidentales. Entre millones de personas, golpeadas y maltratadas por la crisis, crecía un sentimiento de rechazo profundo hacia las élites políticas que han gestionado esta crisis en favor de los bancos y de los Estados, dejando a la gente a la intemperie. De pronto, toda la vieja clase política era vista masivamente por la población como corrupta y vendida. Su lenguaje, rechazado. Y sus propuestas, consideradas como un ataque. Un abismo irreconciliable se había abierto entre las élites y el pueblo. Y, por ahí, de pronto, lo imposible se iba a hacer realidad. Primero con el Brexit. Y luego con Trump.

Alemania tampoco ha quedado fuera de esa realidad, que ha cambiado drásticamente el entorno en el que se tendrá que desenvolver el país tras las próximas elecciones. Pese al «éxito» alemán (que acaba de proclamar prácticamente el «pleno empleo»), también Alemania está infectada por el virus del descontento, que ha crecido como la espuma, sobre todo después de que varios atentados islamistas provocaran un cambio radical en la postura de muchos alemanes que en un principio aceptaron la política de puestas abiertas a los refugiados patrocinada por Merkel. Ahora una fuerza política que se ceba con la canciller por su política de inmigración y presume de xenofobia (AfD, Alternativa por Alemania), ha comenzado a entrar con fuerza en los parlamentos regionales y amenaza con ser la «sorpresa» de las próximas eleccciones. Pero los refugiados no son el único motivo de descontento de los alemanes: más de diez millones de trabajadores sólo cobran de sus empresas 400 euros al mes, mientras los monopolios y las grandes empresas aumentan sus cuentas de resultados.

Si el tamaño del «descontento» ha sido capaz de echar abajo todas las previsiones, abriendo las puertas a lo desconocido, Merkel tampoco las tiene todas consigo. Y a su creciente desprestigio, se suma el de la socialdemocracia, para el que se barajan estimaciones de que no llegará ni al 20%, el peor resultado de su historia. ¿Qué ocurrirá si entre los dos grandes no llegan al 50% de los votos, como ya ocurrió hace poco en Renania? Incluso aunque puedan reeditar un gobierno de coalición, con una base electoral más mermada, ¿será eso suficiente para actuar en un entorno crecientemente hostil? ¿Podrá Alemania mantener su envite actual? ¿Liderar una Europa donde cada potencia intentará buscar lo mejor para sí y con EEUU concentrado en su pugna con China y cortejando a Rusia? Alemania, como todos, se sume en la incertidumbre.

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