EEUU y Alemania

Imperios enredados consigo mismos

Como es bien sabido, en mayo de 2010 una llamada telefónica de Obama a La Moncloa bastó para que Zapatero diera un giro de 180 grados a su polí­tica y pasara a ejecutar sumisamente un nuevo proyecto de degradación polí­tica, recortes y saqueo de España. Sin embargo, 6 años después los grandes centros de poder internacionales están siendo incapaces de doblegar la posición de Pedro Sánchez y el PSOE de formar un gobierno de coalición con el PP o permitir a Rajoy formarlo en solitario. ¿Por qué lo que hace 6 años pudo resolverse con una simple llamada teléfonica, imperial e imperiosa, ahora no está funcionando?

La razón hay que buscarla en que ahora se suma, a la coyuntura de la nueva correlación de fuerzas políticas en España, las crecientes debilidades y fracturas que arrastran tanto Washington como Berlín. Al marco general de declive imperial de EEU y la incapacidad de Merkel de controlar las múltiples revueltas europeas de distinto signo, se están añadiendo, de forma acelerada, nuevas dificultades. Que obligan a las clases dominantes de ambas potencias a prestar una mayor atención y recursos a su propio frente interno, en detrimento relativo de su capacidad de presión sobre los países bajo su dominio.

Trump: ¿locura americana?

La crisis ha acelerado el declive norteamericano a unos niveles difíciles de imaginar antes de 2008. Y no sólo de pérdida de peso económico, liderazgo y capacidad de imponer el “ordeno y mando” en el mundo. También en el frente interno sus consecuencias han sido de carácter sísmico como pone de manifiesto la irrupción y consolidación de Trump como serio candidato a ocupar la Casa Blanca.

Sin embargo, debajo de sus alocadas y ultrarreaccionarias propuestas sobre la inmigración, el muro con Méjico o los musulmanes, subyace todo un replanteamiento radical y de largo alcance del sistema de relaciones internacionales de la superpotencia yanqui. «Trump representa un replanteamiento del sistema de relaciones internacionales de la superpotencia»

Todo el mundo se echa las manos a la cabeza cuando oye a Trump alabar a Putin o al presidente turco Erdogan. Pero lo que hay en realidad detrás de estas aparentemente extemporáneas salidas de tono, no es, o no es principalmente, su admiración por los modos abiertamente autoritarios de ambos, sino la voluntad de impulsar una reorientación en las prioridades y la política de alianzas norteamericana.

El demócrata Brezinsky –uno de los más lúcidos estrategas yanquis– fue el primero en señalar cómo la única forma de contener el ascenso de China e impedir que alcance el punto crítico necesario para colapsar la hegemonía norteamericana es formar una especie de “gran frente mundial antichino”. Frente del que es imperativo que entren a formar parte, y de forma destacada, tanto Rusia como Turquía. Esto exige, lógicamente, no sólo recomponer las relaciones poniendo fin a la política de hostigamiento hacia ellos, sino reconocer sus intereses y las aspiraciones de influencia y liderazgo regional de sus élites dirigentes.

Las demagógicas recetas de Trump sobre economía y empleo ponen como centro la imposición de elevadas barreras arancelarias a las mercancías chinas, de forma que dejen de ser competitivas en el mercado interno y “obliguen” a las grandes corporaciones yanquis a retornar su producción industrial a EEUU.

Un brindis al sol en la medida que la economía norteamericana hace ya años que depende del crecimiento de la china y que sus multinacionales tienen en China uno de sus principales mercados, inversiones de billones de dólares y una mano de obra con costes imbatibles.

Sin embargo, este discurso sí sirve para poner a China en el ojo del huracán, en el centro de la ira de millones de obreros blancos que no sólo han perdido su trabajo, sino sus perspectivas de futuro para ellos y sus familias.

Igual que para desatar plenamente la guerra fría y modelar y preparar a la opinión pública para ella fue necesario desatar una oleada de histeria anticomunista entre la mayor parte de la población, la contención del ascenso de Pekín exige que grandes masas del país interioricen que China es el gran enemigo que amenaza su estilo de vida. Y eso no se consigue fácilmente, como se ha intentado hasta ahora, con discursos sobre los riesgos geopolíticos y militares que corre EEUU en la región de Asia-Pacífico. Mucho menos en una sociedad duramente castigada por la crisis y cada vez más reticente a las aventuras militares del Imperio.

De la misma forma, no basta con arremeter contra su economía, pues el ascenso de China no se reduce, ni mucho menos, a este terreno. Es necesario romper el sistema de relaciones y alianzas tejidas por Pekín en los últimos 15 años y especialmente su acercamiento estratégico a Moscú.

Movilizar a la población contra China, utilizando los resortes más sensibles que afectan a su vida diaria. Y atraer a Rusia hacia un nuevo sistema de alianzas comandado por EEUU en el que vea reconocidos sus intereses imperialistas son las dos vigas maestras observables detrás de las aparentemente alocadas propuestas deTrump.

Que un candidato así haya llegado a las vísperas de las presidenciales con serias opciones de ganar, indica que importantes sectores de la burguesía monopolista, de una u otra forma ven con buenos ojos esta recomposición de la política internacional del imperio. Si Trump llega a ganar ya se encargarán ellos, como han hecho antes con tantos presidentes, de reconducir sus excesos y liquidar sus propuestas más temerarias.

Merkel en el alambre

En la otra orilla del Atlántico, en Alemania, con una UE aún más convulsa y conmocionada tras el Brexit y la crisis de los refugiados, también son observables movimientos que van en la misma dirección de reordenamiento de su política exterior y el sistema de alianzas.» En el seno de la burguesía alemana se está produciendo un posible reordenamiento de su política exterior»

Es la fulgurante ascensión del nuevo partido antieuro, Alternativa por Alemania (AfD). A diferencia deTrump, AfD no tiene ninguna posibilidad de ganar las elecciones, pero sí de obtener un resultado significativo que le permita adquirir una influencia equiparable a la que tuvo durante la Guerra Fría el Partido Liberal de Genscher, 18 años ministro de asuntos exteriores y coautor de la llamada “realpolitik”, el acercamiento a la RDA e, indirectamente, a Moscú.

De la misma forma que Trump, el discurso de AfD coge como blanco a los inmigrantes y ha aprovechado la ola de descontento hacia los refugiados para crecer electoralmente. Pero también, al igual que el magnate norteamericano, cuestiona radicalmente el actual sistema de alianzas de la potencia germana. Para AfD, Berlín debe empezar a cuestionarse la existencia del euro, o cuanto menos los países que deben formar parte de él.

Su ideal es que los países del sur y del este queden fuera del nuevo marco central de una eurozona reducida a los países centrales, convirtiendo a la periferia en una especie de zona de influencia y protectorado económico.

Al mismo tiempo, insisten en que Alemania no puede seguir ciegamente la política norteamericana hacia Rusia, pues el interés germano es justamente el contrario. Establecer sólidos lazos bilaterales con Moscú, de los que podría obtener sustanciosos réditos en todos los terrenos. Incluso aunque fuera a costa de ceder terreno en una serie de países que AfD considera más una rémora que una ganancia.

Es en la medida que unos y otros andan enrededados en resolver sus fracturas, divisiones y enfrentamientos internos que los países bajo su control pueden adquieren un cierto margen de autonomía y negarse a seguir determinados mandatos de Washington y Berlín.

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