Batiscafo

Revaluación ladrona

Mucho se habla del efecto negativo de la revaluación del peso frente al dólar sobre la actividad productiva y sobre la rentabilidad de los industriales, agricultores y ganaderos colombianos.

Se entiende fácil que si la divisa norteamericana pierde precio, nuestras mercancías en el exterior deben venderse más caras para recuperar los costos de producción en pesos, es decir se le coloca una carga imposible de asumir a nuestros exportadores. De otro lado, a quienes se dedican a importar mercancías desplazando a los productores nacionales en el mercado interno, se les otorga una especie de subsidio al permitirles obtener un dólar muy barato con el efecto perverso de arrasar con nuestra producción nacional.

El origen del problema radica en la estafa que el gobierno norteamericano le hace al mundo imprimiendo billetes de dólar en cantidades industriales; la única nación cuya deuda externa se denomina en su propia moneda decide reducir a la mínima expresión el valor de la misma mediante el fraude de emitir moneda sin respaldo y de esta forma abaratar sus exportaciones y reducir en términos reales su enorme deuda.«El origen del problema radica en la estafa que el gobierno norteamericano»

A ello, en el caso colombiano, se suma la complicidad de las autoridades que con Santos a la cabeza, protegen con devoción el huevito uribista de la confianza inversionista. La decisión obstinada de convertir a nuestro país en un enclave colonial extractivo de materias primas, minerales e hidrocarburos; la generosidad con los inversionistas extranjeros y el estímulo de las burbujas financiera e inmobiliaria, han convertido a Colombia en uno de los destinos favoritos de los capitales monopolistas que en las metrópolis no logran mayores tasas de ganancia. No es raro entonces que en un país que ocupa el puesto 72 en el producto interno bruto per cápita, viva el quinto banquero más rico del planeta.

Las medidas adoptadas por el gobierno y por la Junta Directiva del Banco de la República solo sirven para la galería, aumentar la compra de dólares a 30 millones diarios y reducir en 25 puntos básicos la tasa de interés interbancario, son algo así como buscar el ahogado río arriba. Está claro por la experiencia de otros países, que las únicas medidas efectivas para contener la revaluación pasan por el control de capitales y de divisas, pero eso es poco menos que un sacrilegio para los guardianes del huevito.

Pero el hecho al que me quiero referir es a lo poco que se habla del efecto sobre el eslabón más débil de la cadena productiva que es el trabajo, cuyos poseedores sufren, más que los agobiados dueños del capital nacional. Lo primero que hay que recordar es que cuando se cierra una empresa, los dueños desde luego reciben un duro golpe al cancelarse una fuente de acumulación, pero también está claro que ellos han sido dueños porque han logrado amasar un capital pequeño, mediano o grande lo que a su vez significa que han acumulado un ahorro por encima de la satisfacción de sus necesidades básicas. Eso significa que muchos de esos empresarios, al quebrar en sus actividades industriales o agropecuarias, pueden dedicarse al comercio o a la especulación bursátil e inmobiliaria.

En cambio un trabajador que pierde su puesto de trabajo por el cierre de la empresa, en el mejor de los casos, puede aspirar a convertirse en uno de los millones de vendedores ambulantes que se hacinan en los semáforos de las grandes ciudades. Las cifras son dramáticas y para muestra dos botones: en la sola zona bananera de Urabá se han registrado cerca de medio millar de despidos entre octubre del 2012 y enero de 2013, más de 30 fincas están al borde del cierre definitivo, ya hay fincas abandonadas por los propietarios y operadas en muy difíciles condiciones por los trabajadores. En el sector textil – confección se ha conocido el cierre de secciones enteras de las grandes empresas textileras, lo cual se ha traducido en la pérdida de más de 2.000 puestos de trabajo durante el año anterior, sin contar con los puestos de trabajo, perdidos y no registrados en la estadística, en pequeñas unidades de confeccionistas que cosen por encargo.

Eso explica porqué se mantienen niveles relativamente estables de desempleo, pero crece sin medida lo que denominan trabajo informal, que no es otra cosa que el esforzado rebusque de los colombianos, informalidad en la que solo nos superan Bolivia y México.

El presidente de Asocolflores declaró recientemente que revaluación con TLC es una mezcla peligrosa. La verdad es que la revaluación es un fenómeno indisolublemente asociado con el libre comercio, no es, como mal lo entiende el dirigente gremial, una convergencia de dos fenómenos que llegan simultáneamente pero por vías diferentes. Los TLC producen necesariamente revaluación y la revaluación facilita el libre comercio, uno no puede vivir sin el otro y los dos juntos no solo golpean de muerte la producción nacional sino que eliminan puestos de trabajo estables y los convierten en rebusque abierto.«El sindicalismo colombiano tiene que promover una alianza desde los más pobres hasta productores nacionales no monopolistas»

Sin actividad industrial no solo no habrá trabajo, sino que seguirán declinando los niveles de organización sindical y de negociación colectiva, es decir la existencia misma de la forma más simple de organización de la clase obrera. En Colombia el sindicalismo padece no solo la criminal persecución de la minoría en el poder con el registro de los más altos índices de asesinato de sindicalistas del mundo, sino que pierde la base social en la medida en que los trabajadores industriales se convierten en vendedores ambulantes de mangos o mamoncillos por cuenta del libre comercio y su carnal, la revaluación del peso.

El sindicalismo colombiano tiene en frente el gran reto de promover y lleva a buen puerto una portentosa alianza en la que quepan desde los más pobres de los pobres hasta productores nacionales no monopolistas, con el propósito de desatar una movilización social de iguales proporciones que entierre profundamente el neoliberalismo. Solo así salvaremos el salario, los puestos de trabajo, el trabajo digno y decente, la organización sindical, la negociación colectiva y en últimas, el más preciado bien de los colombianos: la soberanía nacional.

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